Puritanismo no es llevar la falda larga. Puritanismo es multiplicar las normas -por tanto, reducir la libertad- y confundir el amor con la lealtad y la pureza con la higiene.
Desde que el delito sustituyó al pecado, el puritanismo se volvió progre y ha ido creciendo hasta hacerse ligeramente agobiante.

Las sociedades anglosajonas, por ejemplo, son muy legalistas porque son muy puritanas. Por eso, cuando quieren eludir al fisco, para no quebrantar la norma, legalizan los paraísos fiscales -un invento anglosajón- y así defraudan pero no delinquen. En definitiva, para luchar contra la corrupción legalizan la corrupción. Y a eso le llamamos Estado de Derecho y/o democracia.

Esta hipocresía puritana se deja ver, en nuestra sociedad hispana, en otra vertiente: la que confunde la pureza con la higiene y el amor con la lealtad.

Los anglosajones no son menos corruptos que los hispanos: sólo legalizan la corrupción

La lealtad es buena virtud para el perro, un gran animal. Quizás por ello, en España la gente no tiene hijos pero cada día tiene más perros. Cogerle cariño a un perro es fácil porque el perro puede molestar pero no ofender. Sin embargo, el ser querido sí puede ofender. Hasta el niño puede hacerlo cuando crece, y el cónyuge no digamos.
Y el puritanismo confunde también la pureza de corazón. Y créanme, la pureza tiene poco que ver con el asepticismo. Existen corazones podridos en cuerpos con una nivel de gérmenes muy llevadero. De hecho, con esos mimbres estoy describiendo a muchos occidentales de ahora mismo.