No hay peor corrupción que la de la incoherencia y, muy especialmente, cuando esa incoherencia es pretenciosa: cuando pretende inmiscuirse en la conciencia de los demás. Por ejemplo, a través del pensamiento único.

Me explico: cuando uno mete la mano en la caja, hace daño a la sociedad, pero siempre puede devolver el dinero robado. Ahora bien, cuando un hombre público no es coherente consigo mismo, entonces son sus ideas y sus compromisos no valen nada. La mentira es la peor de las corrupciones.

Tercer nivel: si, encima, el susodicho pretende meter sus zarpas en la conciencia ajena, la cosa resulta mucho más preocupante, grave en verdad.

Sobre todo, cuando se trata de meter las zarpas en la conciencia ajena

Esto se consigue a través del pensamiento único, de lo políticamente correcto. Y así, el discrepante no sólo es alguien que no piensa como tú, sino un virus peligroso que debe ser exterminado. 

El otro día, una muy seria periodista feminista preguntaba a un juez si las palabras de Bertín Osborne donde negaba que el machismo anidara en los tribunales -más bien anida el feminismo más ultra- podrían resultar "peligrosas". En definitiva, estaba pidiendo que suprimieran la libertad de expresión del discrepante Bertín Osborne y que se le sometiera al silencio o, quién sabe, a pena de cárcel por delito de odio hacia la mujer. 

Es el nuevo totalitarismo de una corrupción apenas identificado como tal: la de la incoherencia y, sobre todo, la de la corrupción de lo políticamente correcto. Mucho más grave, sin duda, que la corrupción tradicional de meter la mano en la caja.