Sr. Director:

En política hay palabras fetiche que logran imponerse como armas contra los adversarios. El mayor ejemplo es la de «fascista» que, como sirve lo mismo para un roto que un descosido, al final viene a ser fascista quien no piense como yo. Y eso ocurre ya con «populista» y «populismo», que el DRAE explica como «tendencia política que pretende atraerse a las clases populares», pero que ha ido derivando para pasar a descalificar a quienes se supone que ofrecen soluciones simples a problemas complejos. Por eso no se comprende bien que hoy se utilice contra quienes están a favor de una inmigración legal y selectiva, y contrarios a la implantación de guetos, o a favor de controlar el desmadre autonómico y el excesivo gasto público, o contra los que defienden el uso de la lengua española y graves cuestiones morales, etc., pues todo eso no suscita adhesión de las clases populares. Si queremos ejemplos patentes de mensajes populistas simplísimos y que sin pudor alguno buscan atraerse a esas clases populares, basta con acercarse a un mitin electoral de cualquier partido político, del gobierno o de la oposición, de izquierda, derecha o centro. Y especialmente, de quienes suelen utilizar con mayor énfasis eso de «populistas» para descalificar a otros.