Sr. Director: Médicos, psicólogos, psiquiatras, maestros, etc, etc., son bien conscientes del deterioro que provoca en la adolescencia, en la juventud, y también en la madurez, el dejarse envolver en "experiencias sexuales" de cualquier tipo. La Iglesia ha dado desde sus inicios una gran batalla para orientar a los hombres a descubrir el don de la sexualidad tal como Dios la ha querido al crear el  mundo. Y el Papa Francisco lo ha recordado claramente en los nn. 280-286, de la "Amoris Laetitiae", donde entre otras cosas recuerda hasta la necesidad de cuidar el pudor: "Una educación sexual que cuide un sano pudor, tiene un valor inmenso, aunque hoy algunos consideren que es una cuestión de otras épocas", y añade: "El pudor es una defensa natural de la persona que resguarda su interioridad y evita ser convertida en un puro objeto" (n. 282). Los primeros cristianos eran conocidos, entre otras cosas, por "vivir la fidelidad matrimonial; por no matar a los niños en el seno materno; y por rechazar la práctica de la "fornicación" (unión sexual fuera del matrimonio); como les había recomendado explícitamente  el primer Concilio de la historia: el Concilio de Jerusalén. También san Pablo lo había recordado con toda claridad posible: "¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis, ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas,...poseerán el reino de Dios" (1 Cor 6, 9). A los jóvenes se les hace un gran bien hablándoles de estas realidades con toda la amable claridad del mundo: es el único camino para que lleguen a vivir la sexualidad con verdadero amor, en la donación total de la persona en el matrimonio. Lluis Esquena