Sr. Director:

Después del desfile arbitrario y casi caótico, en algún momento, que se pudo presenciar el 12 de octubre, día nacional, de lo que antes era España en la gran avenida de la Castellana con una abigarrada representación de soldados militares y servidores del orden público de todos los estamentos no militares y civiles. Con protocolos políticos quebrados por ambición desmedida de protagonismo, parece oportuno y pertinente quitar hierro a la mediocridad con un poco de poesía heroica. Ningún verso más a propósito y genuino como el del poeta de la Hispanidad Rubén Darío, quien mejor supo sintetizar en su persona la gran aportación de España a la civilización occidental y cristiana el mestizaje de lo indígena y lo hispano, contra lo que claman los nuevos bárbaros ultras:

¡Ya vine el cortejo! / ¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines/
La espada se anuncia con vivo reflejo/ ya viene oro y hierro, el cortejo de los paladines/
Los claros clarines de pronto levantan sus sones/ su canto sonoro/ su cálido coro/
que envuelve en trueno de oro/ la augusta soberbia de los pabellones/
Él dice la lucha/ la herida venganza/ las ásperas crines/
los rudos penachos, la pica, la lanza/
La sangre que riega los heroicos carmines/ la tierra/
Los negros mastines / que azuza la muerte/ que rige la guerra/
Los áureos sonidos/ anuncian el advenimiento triunfal de la Gloria/
Dejando el picacho que guarda sus nidos/
Tendiendo sus alas enormes al viento/ los cóndores llegan/
¡Llegó la victoria!