Sr. Director:

En las circunstancias actuales en Occidente, es muy necesario recordar la realidad del pecado, el rechazo del hombre de la ley moral que Dios le ha dado para caminar por la tierra y llegar al Cielo. De ese pecado Cristo ha venido a redimirnos.

Si nos limitamos a considerar la religión como una serie de comportamientos sociales, para cumplir unas indicaciones externas; convertiríamos las celebraciones litúrgicas, en asambleas populares, comunitarias; y no en encuentros con Dios, con Cristo, en el Espíritu Santo, que abren al hombre a la vida eterna, plenitud de la relación de Dios con el hombre, del hombre con Dios; No viviríamos la cercanía de Cristo en los Sacramentos que nos hacen fuertes ante el pecado, que nos ayudan a dar sentido al sufrimiento, que nos invitan al arrepentimiento, a pedir perdón, que nos recuerdan la existencia del infierno, y nos preparan para la alegría eterna del Cielo.

Así reducida, la religión no pasaría de ser una cierta acción socio-cultural que se convertiría en una cultura “del descarte”, una religión del “descarte” de Dios, del descarte de Cristo, del descarte de la Vida eterna.

Familia, si no recuperamos la verdad fundamental de la realidad de la familia: hombre y mujer, abiertos a la vida, la palabra familia pierde todo sentido y significado. Todo su aroma. Ya no sería un cauce para que el amor de Dios regara todos los caminos del mundo; ya dejaría de ser el camino para dar vida a tantas criaturas que está esperando la voz de Dios para venir al mundo. Los hijos no se “producen”; se engendran; y sólo de un padre, de una madre, aprenden a amar y a sufrir amando, que necesitan para el camino de la vida.

Historia, religión, familia. Descubramos de nuevo estas realidades que iluminan el corazón y la mente de las personas, y llegaremos a aprender a vivir en paz y concordia.