Lo más curioso de los ataques al Cristianismo es su virulencia. Budistas, sintoístas, musulmanes, judíos, animistas ninguno de los ataques a estas confesiones religiosas se realizan con tanta inquina como los insultos, injurias y blasfemias varias contra la Iglesia católica. Los clásicos dirían que los demonios deben andar muy sueltos por el mundo, porque de otra forma no se explica.

Otra de las curiosidades del anticlericalismo actual consiste en que el objetivo del odio ha dejado de ser la Iglesia, para pasar a ser el mismo Cristo. En Hispanidad recibimos cada día mensajes que en su propia rabia muestran casi, casi, puerilidad, aunque se trata de una puerilidad rabiosa. No atacan la línea editorial del periódico, ni tan siquiera la postura de éste o aquel obispo, o del Papa. Insultan, directamente, a Cristo, supongo que con la idea de fastidiar a los que componemos la redacción de Hispanidad, supongo, pero no como destinatarios últimos. Más bien parece un vómito de la criatura hacia el creador. Son ataques virulentos, casi enloquecidos, que recuerdan a un niño malcriado repitiendo sin cesar aquello de caca-culo-pedo-pis.

Otra curiosidad: los ataques a Cristo no proceden de otros credos o del agnosticismo, como en épocas pretéritas. Proceden de los mismos cristianos. En ningún otro sitio como en el Occidente cristiano, incluso en el Occidente católico, se insulta al Redentor con tantas ganas. La cristofobia es algo más que una realidad, es una realidad dominante. Es como si a la modernidad no le quedaran ya más argumentos que el contra-argumento. Más que un mandoble intelectual, el mundo está inmerso en un ataque de histeria.

Lo ha resumido muy requetebien la agencia hispanoamericana AICA o, para ser más exactos, el obispo de La Plata, Héctor Aguer, que simplemente ha recogido un ramillete de blasfemias, procedentes de los lugares más dispares de Occidente. Lean, lean.

Al final, Lenin, un tipo muy listo, tenía toda la razón. Para el revolucionario por antonomasia, los malos curas eran los mejores compañeros de las masas exaltadas, los mejores colaboradores del socialismo. Por contra, los buenos curas, los ortodoxos, los fieles a Cristo, a esos recomendaba fusilarlos cuanto antes.

Hasta aquí Occidente. Lo de Oriente es mucho más sencillo. Forma tenaza con el odio occidental la proscripción oriental. Un ejemplo de anteayer: la Asamblea del Estado indio de Rajasthan aprobó el viernes la Ley Anticonversión, al Cristianismo, se entiende. Lo más llamativo es que el número de cristianos en este estado se eleva al 0,1% de la población. Está claro que los cristianos pueden ocasionar graves desórdenes. En Oriente, la técnica es terminar con la estructura eclesial, pero en Occidente somos más refinados: simplemente queremos acabar con el fundador. En Occidente el problema no son los católicos, ni los templos, ni el clero, ni la Iglesia: el problema, el objeto de odio, es Jesús de Nazaret. Y ya saben la famosa pintada: Dios ha muerto. Firmado : Nietsche. Niesche ha muerto. Firmado : Dios

Hay un tercer grupo de cristófobos, que entiendo son los que pasan más desapercibidos. Son los cristianos occidentales moderados (¿por qué esta palabra empezará por la misma letra que mediocridad? Es una coincidencia que siempre me ha mosqueado). Los peores son los tibios. En estos momentos son aquéllos que, cuando leen un artículo como este, suelen exclamar algo parecido a esto : Tampoco es para tanto. Esos no vomitan a Cristo, es Cristo quien les vomitará de su boca. No lo digo yo, sino la Biblia, y no olviden que citar las Sagradas Escrituras resulta mucho más progresista que, por ejemplo, hablar de penitencia y eucaristía.

Eulogio López