Dicen los mejores teólogos que el único pecado es el orgullo. El resto, no son más que manifestaciones de este pecado madre. Es difícil levarle la contraria a este aserto. El orgullo es aquello que puede transformar el vicio en virtud, y también es aquello que apenas admite el retorno. Hasta la cobardía, que es defecto más difícil de justificar y casi imposible de olvidar, puede convertirse, con unas buenas dosis de orgullo, en virtud.

Dicen en los ambientes diplomáticos norteamericanos afincados en Madrid que, durante las festividades de toma de posesión de la nueva Administración Bush, coincidieron en un corrillo el presidente George Bush, la secretaria de Estado Condoleezza Rice, el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld. Hablando de una cosa y de otra, en un momento dado, surgió el asunto de España y del Gobierno Zapatero. La respuesta del presidente norteamericano fue clarificadora del ambiente que se vive en Washington respecto al Ejecutivo español: Bush vino a decir que podía perdonar que España hubiera retirado sus tropas y que hubiese roto la coalición internacional, sin tan siquiera esperar a un relevo ordenado, pero que lo que no le perdonaría jamás a Zapatero es que, en Túnez, en pleno aniversario de los atentados terroristas del 11-S, animara a otros países a hacer lo propio, es decir, a la retirada de tropas.

Posteriormente, Condoleezza Rice, rozando la grosería diplomática, se negó a visitar España durante su gira europea y concedió cuatro o cinco minutos al canciller español Miguel Ángel Moratinos, para terminar afirmando ante los suyos que han sido los tres peores momentos de mi vida. Alguien debería decirle a este caballero que le huele el aliento. Debe ser una mujer muy sensible a la halitosis.

Pero el panorama ha cambiado. George Bush se ha metido en una guerra en Iraq de la que le cuesta salir. Por eso, escenifica la reconciliación entre Estados Unidos y Europa. Y no puede abrir nuevos frentes (Irán, Corea del Norte, Siria) sin el apoyo de la Unión Europea. Y no se sabe exactamente por qué, pero resulta que el portavoz de la Unión Europea es el presidente de Francia, Jacques Chirac, el especialista número uno en colocarse en el centro de la foto, de cualquier foto. El canciller alemán Schröder sería un representante más lógico. A fin de cuentas, dirige un país de 80 millones de habitantes frente a los 60 millones de Francia, pero Alemania, no nos engañemos, siempre estará al lado de Washington y pendiente del Este europeo. Francia, por contra, pretende una Europa unida sí, pero bajo el paraguas de París. La voz de Europa es la voz de Chirac.

El conservador Chirac representa hoy al progresismo occidental. Una ideología basada en la negación de toda verdad absoluta. Estar en posesión de la verdad se considera intolerancia. Uno diría que ante la invasión demográfica islámica (una civilización que ofrece el semblante opuesto: estar hasta demasiado convencido de su credo violento), la actitud europea parece suicida, pero es la que defiende la Unión Europea en general y Jacques Chirac en particular.

Es más, esta reconciliación ha venido precedida por la marcha atrás de George Bush en materia de aborto : en la última entrevista que concedió, el presidente norteamericano advierte que no prohibirá el aborto en Estados Unidos y que se conforma con proveer un espíritu en defensa de la vida. En verdad, ha sido el viraje político más importante del presidente norteamericano en esta su segunda legislatura. ¿Merece la pena abandonar a su suerte a los más débiles de la humanidad (los no nacidos) en aras de un entendimiento con Europa? Éticamente no, desde luego, pero en la política no siempre priman los principios sobre los intereses, o al menos sobre las necesidades.

A cambio, Bush pretende que Europa comparta el costo de la invasión de Iraq y, todavía más importante, que se comprometa de una vez en la defensa de la democracia occidental. Hasta ahora, París, es decir Europa, ha tratado de nadar y guardar la ropa. Europa, como dice George Soros, sermonea al mundo pero no aporta soldados para defender a Occidente: al parecer, es tarea de los norteamericanos. A partir de ahora, el asunto tendrá que cambiar. Chirac, que entiende perfectamente la situación, ya ha comenzado el viraje, apoyando a USA en la presión sobre Siria para que retire sus tropas de Líbano. Y ojo, porque París tiene mucho que perder enfrentándose al mundo árabe. Es la contraprestación europea, es decir, francesa, a la retirada de George Bush de la defensa del derecho a la vida y su reingreso en el Nuevo Orden Mundial.

El único problema es que España se queda descolgada. Estados Unidos prefiere enemigos como Francia o Alemania, que hablan claro, a traidores como España que cambian de política con cada cambio de Gobierno. Es cierto que los hombres suelen valorar más a los enemigos que a los traidores. Y lo malo es que España se encuentra en primera línea de fuego frente a la marea islámica proveniente de Maruecos. Y Chirac ya advirtió que, cuando lo del Perejil, no tenía muy claro si apoyar a España o a Marruecos. Un eufemismo, porque todo el mundo sabía que estaba apoyando a Rabat.

En la guerra de Iraq no hay ganadores. Perdió Iraq, perdió Europa y perdió USA. Pero nadie ha perdido tanto como el país que, en mitad del baile, cambió de pareja: no le quiere ni la novia antigua ni la nueva.

Eulogio López