La frase no es mía sino del genial Chesterton, que huía de los filántropos con entusiasmo.
El celador del geriátrico de Olot es un filántropo, un sentimental.
Le daban mucha pena los ancianitos encomendados a su cuidado, así que decidió cargárselos.
Pero no es un sentimental raro. Este tipo de altruistas son muy eficientes. Creas una legión con todos ellos y en un pis-pas te arreglan las pensiones y el déficit de la Seguridad Social. Control de mortalidad, es lo que hay que imponer, sí señor. El problema del sentimental, y del filántropo, es que no respeta la libertad del otro: por eso decide tomar una decisión en su nombre, una decisión que tiene su importancia: la muerte.
Es más, resulta curiosísimo que nuestro tierno celador no haya decidido suicidarse con su pack de fármacos, dado que tanto sufre contemplando el dolor ajeno.
Conste que estos filántropos tan sensibles no son tan extraños. Los defensores de la eutanasia forman parte del mismo grupo. E insisto: no se por qué, visto lo desagradable que es este valle de lágrimas, no ponen en práctica su prédica en carne propia. Es una cuestión de coherencia: si tan dura es la vida, lo mejor es suicidarse pero sin necesidad de asistir a terceros.
Al fondo, otro pensamiento de Chesterton: la primera forma de pensamiento es el agradecimiento, gratitud por la vida que se nos ha dado. Porque la vida es aún más importante que la calidad de vida. Al menos, sólo los desesperados buscan la muerte, que, encima, para ellos, es la nada.
Eulogio López
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