Violencia en el mundo
Crisis violentas en los cinco continentes, especialmente en Europa e Iberoamérica, pero también en Asia y África. Siempre con un fondo (a veces, también con una forma) cristofóbico y en un mundo con violencia de intensidad creciente. En Chile, Nicaragua, México, Hong Kong, Chequia, Francia… lo que empieza por ser una reclamación económica, incluso menor, acaba en violencia extrema y, miren por donde, en asalto a templos cristianos.
En Nicaragua se prohíbe la entrada a las iglesias, en Chile se profanan templos; en México, las mafias de la droga imponen su ley, mientras el amigo Andrés Manuel López Obrador (AMLO) introduce toda las leyes anticristianas, empezando por el aborto, al tiempo que resucita la idolatría azteca frente a la evangelización española.
En Francia, los chalecos amarillos luchan con todo y contra todos pasando del conflicto de ideología al conflicto por el conflicto pero se multiplican los asaltos sacrílegos a templos católicos. Pura casualidad.
Frente a esto, todas nuestra batallas políticas parecen cosa de risa
En Bolivia, la presidenta interina, Jeanine Áñez, asegura que con Evo Morales -el tirano alabado en Europa- se podrá terminar con el culto a la pachamama y otros ritos indigenistas que califica de satánicos. O sea, que ya no lo dice sólo Hispanidad.
En Hong Kong, hay una lucha contra la tiranía china clara, pero también una resistencia (y esto en una plaza financista y especulativa como es Hong Kong) al ateísmo chino. Nadie como el maoísmo ha logrado forzar las conciencia de un pueblo, el más numeroso del planeta, en un contradiós que impone el ateísmo retorciendo las conciencias de los laicos y torturando a los ungidos y que ha pasado del comunismo al capitalismo sin tocar su anticristianismo visceral. Ventajas del lema posmaoísta: “Un país dos sistemas”. Esto es: comunismo político y capitalismo económico. Pero los rebeldes de Hong Kong, educados en el pero cóctel posible (el ‘comutalismo’) también enarbolan biblias. Saben que sin libertad religiosa no hay régimen de libertades.
Y así, podríamos seguir citando ejemplos de cómo la violencia crece en el mundo. A ver si nos entendemos: a los cristianos del siglo XXI se nos va a pedir el martirio de la coherencia. Lo de martirio no es un símbolo: puede ser martirio físico, también.
En este sentido, los dos espíritus más elevados de siglo XX, el polaco Karol Wojtyla y el británico Gilbert Chesterton hablaron de ello y coincidieron en ello. El Papa Juan Pablo cuando se refería a que el martirio del siglo XX es el martirio de la coherencia. Por su parte, el cachondo de Chesterton aseguraba que lo del “hombre es una vida coherente y continua. Sólo a los gusanos les pueden cortar en dos y dejar viva cada mitad”.
O lo que es lo mismo; sin coherencia estás muerto y antes o después, alguien te dará sepultura.
Vivimos la insurrección mundial contra Cristo: sea por desprecio, sea por idolatría
“La prosperidad no ofrece un clima propicio para el examen de conciencia” aseguraba el propio Chesterton pero nadie ha conseguido enterrar a Cristo porque es un Dios que aprendió a salir del sepulcro. El bienestar social al que ha llegado Occidente y está llegando a China nos insta a la indolencia: a pensar que todo transcurre con gran normalidad, dentro de lo habitual y previsible, y que los estallidos de violencia son de tipo político, sin conexión y, en cualquier caso, intrascendente: siempre ha habido violencia en el mundo. Ante esto, sólo puedo decir que no me lo creo. En primer lugar porque aumentan las voces proféticas que advierten de una etapa de fin de ciclo. En segundo lugar, porque esos estallidos de violencia, casi globales, en teoría no relacionados entre sí, coinciden con la más pavorosa crisis que haya vivido la Iglesia en toda su historia. Por eso creo que la actual crisis de la Iglesia comporta el inicio de la gran tribulación, con sus nuevas idolatrías y una violencia creciente en el mundo. Eso sí, reconozco que frente a todo esto, nuestras batallas políticas parecen cosa de risa.
Vivimos la insurrección mundial contra Cristo: sea por desprecio, sea por idolatría. Al final la batalla la ganará quien la gana siempre: Dios. Pero muchos sufrirán en la refriega… que se me antoja sangrienta de cuerpo y/o hiriente de Espíritu.
Pero llegó el momento: a los cristianos se nos va a exigir coherencia: no podemos partirnos en dos, como los gusanos, y seguir viviendo.