Tendremos que reconstruir la Nueva Jerusalén.
Nadie ha decretado el final de los tiempos (se ruega no confundir con el fin del mundo, que es otra cosa): es el hombre, en uso de su libertad, quien está provocando el fin de la historia.
Vivimos en medio de dos crisis mundiales, la política y la eclesial, resumidas en una sola palabra: confusión. No sabemos lo que somos, ni lo que pensamos, ni lo que queremos y esto nos lleva al conflicto eterno. Vaya por adelantado: la solución es volver a Cristo. Sólo con Él, el hombre puede dar razón de su existencia. ¿Y cómo se vuelve? Queriendo volver. No hay otro modo.
Diseccionemos ambas crisis: la crisis política tiene dos apellidos (la crisis económica permanente, producto del sobreendeudamiento y la especulación, y la crisis de la información) y la crisis de la Iglesia. Esta segunda es un verdadero cisma eclesial.
Vivimos una etapa fin de ciclo. La palabra clave es confusión
El Papado de Francisco -y no digo que la culpa la tenga él, que la tenemos todos- se ha caracterizado por una sola palabra: confusión. No sabemos lo que está bien o lo que está mal. No sabemos lo que somos, ergo no sabemos lo que pensamos, no concluimos, ergo no sabemos lo que queremos… todo esto nos lleva al conflicto permanente, una guerra permanente y sin causa, de todos contra todos.
Anteayer, Donald Trump se decidía por Arabia frente a Irán. Otro ejemplo de mala elección: los sunitas son aún más antioccidentales que los chiítas. No tenía que haberse decidido por ninguno de los dos. La elección es obligar a ambos a respetar la libertad de los cristianos antes de firmar pacto alguno.
Además, ha provocado una remodelación brusca de alianzas en el mundo, en la que los árboles no dejan ver el bosque.
Ojo, no es confusa porque sea fin de ciclo sino que es fin de ciclo porque es confusa
La Iglesia de Roma, la única verdadera, vive en un cisma. Un ataque brutal a la Eucaristía al tiempo que una feligresía preguntándose que es lo que está bien y qué es lo que está mal sin saber a qué atenerse, y unos pastores que, en ocasiones, constituyen un verdadero escándalo.
Para ambas crisis, la mundial y la eclesial, la única salvación posible consiste en volver a Cristo. Para ello, sólo hay que quererlo. Del resto se encarga Él.
Con todo, lo más importante: es que el hombre, que no Dios, ha decretado el fin de la historia. Es una etapa fin de ciclo porque la olla de la corrupción (no hablo de Cristina Cifuentes ni de Manuel Chaves) rebosa. Ya es confusa y va a ser dura, aunque apasionante. No es confusa porque sea fin de etapa sino que es fin de ciclo porque es confusa. La civilización actual no aguanta más y tendremos que reconstruir la Nueva Jerusalén. El asunto es saber con qué materiales.