Sr. Director:
Cierto que si no contáramos con la participación de todos esos oficios en nuestra vida cotidiana, pronto constataríamos su trascendencia. Sin embargo, lo que no aporta demasiado es esa ridícula presunción que pretende subrayarlos, llegando a lo cómico.
En el caso de empleos a los que se llega tras años de formación o que llevan implícita una mayor responsabilidad de mando, un simple paseo por las redes sociales es equiparable al más distinguido desfile de modelos en la feria de Milán. No hay usuario que no sea un auténtico fenómeno, un prodigio absoluto en las artes a las que se aplica, un Ceo que nunca es feo. Este trampantojo tan común transforma en eminencia al más corriente sujeto, sin que nadie de su entorno tenga la lealtad y caridad de avisarle de que está haciendo el completo ridículo públicamente.
No estaría de más conocer las razones por las que esto tan chocante sucede. Quizá la superficialidad instalada en esta sociedad sélfica y petimetre contribuya a este ambiente. También puede ser que influya la pérdida de los valores ligados a la modestia y a la sobriedad. O la postverdad que nos rodea y que no nos permite discernir lo cierto de lo incierto, porque da lo mismo. Lo que no admite duda es que la inflación no deja de crecer en Internet, igualando en la cima a quien tantas veces no ha comenzado apenas su escalada o a quien se ha quedado a medio camino, saturándolo de fantasías propias de las aventuras de Salgari, pero sin su gracia y amenidad.