En tiempos algo magros de formación y de holgazanería mental dominante, hay que acudir a las verdades primeras, ésas a las que sólo se alude cuando hemos perdido el 'Dominus tecum', cuando hemos perdido eso que hoy, tiempos laicos, conocemos como sentido común

Dice así el principio nuclear al que aludo: entre un hombre y una mujer que conviven sexualmente se establece una relación tan intensa como eterna: debe ser eternamente disfrutada o eternamente soportada. 

Durante siglos, apenas resultaba necesario recordar estas palabras porque estaban grabadas a fuego en el corazón de todo hombre y en la misma esencia de la feminidad. Varón y mujer no necesitaban ser instruidos en esta máxima, por cuanto la habían observado en sus padres y éstos en sus abuelos.

O recuperamos el sentido del voto o no podremos confiar en la palabra del hombre, ni tan siquiera en la nuestra... y entonces la sociedad se irá a la porra

Que las vivieran o no era otra cuestión. Pero todo el mundo estaba de acuerdo en que un principio es aquello que se puede incumplir, pero no modificar. No necesitaban abrir un debate acerca de la cuestión. O cumplían sus votos y la convivencia sexual es un voto de alma y de cuerpo... o eran muy conscientes de su culpa, pero no discutían la norma.

Incluso en la Edad Media europea, sin duda la era más brillante y más ilustrada de la historia, quizás porque pocos sabían leer pero todos sabían pensar, ningún varón negaba que, tras un refocile, estuviera 'condenado' al matrimonio de por vida. Hasta el invento del feminismo.

Vamos, que, o bien recuperamos el sentido del voto o no podremos confiar en la palabra del hombre, ni tan siquiera en la nuestra... y entonces la sociedad se irá mismamente a la porra, a freír espárragos, al guano.

Un hombre no vale tanto como su palabra, sino que vale tanto como sus votos, como sus promesas

Chesterton ratifica el asunto acudiendo a la razón que subyace a todo el planteamiento: "No se puede tener un asunto de una noche con María y una aventura ocasional con Juana. No existe nada parecido a un ligue de una sola noche. No hay nada que pueda tomarse como una aventura ocasional".

Pero una de las cabezas más señeras de todo el siglo XX no podía quedarse ahí, siempre iba al meollo de la cuestión: "Es absurdo hablar de abolir la tragedia del matrimonio cuando no se puede abolir la tragedia del sexo. Todo tipo de escarceo es un matrimonio; es un matrimonio en este sentido aterrador: porque es irrevocable".

Lo de aterrador nos lleva al invento tanto del sentido del voto como de la eternidad del sexo, un tal Jesucristo, en Mt, 1-9: "Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo, al principio, varón y hembra los hizo, dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? Él les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera". 

El ser racional puede infringir la ley natural pero no puede modificarla. Incumplir una promesa es violar una ley, es decir, condenarse a reducir su racionalidad y su libertad

Ahora, es donde servidor suelta la carcajada, en la respuesta, no de los fariseos, sino de sus primeros discípulos y en la ironía final de Cristo. "Le dijeron sus discípulos: si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. Entonces él les dijo: No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado. Pues hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos". 

Y el remoquete final también tiene su enjundia: "El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba". Sólo le faltó añadir, que sois mucho borricos todos ustedes vosotros. Y como somos un poco bruticos, lo que nos parece una barbaridad, amor para toda la vida, resulta que es el principio primero del que no podemos prescindir. 

Y con la eficiencia del género humano todo lo anterior lo resumo en las palabras que se atribuyen a una chica que conozco -nada de teóloga, ingeniera- que antes de contraer matrimonio, decía lo siguiente: "Yo no busco un novio, yo busco un marido".

En cualquier caso, puede discutirse que el amor sea eterno, dado que muchas veces viene dañado porque la persona falta a su promesa, a su voto. No, el amor puede que no sea para siempre si la persona falla, pero el sexo sí. 

Porque tal es la condición natural del ser racional, de la especie humana, que puede infringir la ley natural pero no puede modificarla. Está condenado a disfrutarla o a ser encadenado por su incumplimiento. Eres libre para tirarte por un barranco pero no lo eres para evitar las consecuencia de la caída. Y no sólo eso: incumplir la ley natural, la ley moral, no te libera de nada. Es más, te esclaviza. Te introduce en un mundo mucho más estrecho que el que has dejado al romper la norma.

Un hombre no vale tanto como su palabra, vale tanto como sus votos, como sus promesas. El amor debe ser una promesa o no es amor, el sexo no es que deba ser una compromiso, un voto: es que lo es, quieras o no quieras.