Sr. Director:
Los gritos de ¡libertad! que estos días hemos oído son el preludio de una rebeldía ciudadana frente al autoritarismo y la tiranía del poder que nos desgobierna.
¿Por qué Hitler y Stalin se “apoderaron” de la voluntad de sus pueblos arrastrándoles ciegamente hasta el exterminio de millones de seres humanos? Fascismo y comunismo, que adornaban la filosofía e ideología de uno y otro movimiento, fueron las dos reacciones colectivistas que surgieron entre las dos grandes guerras del siglo pasado y que consiguieron reconvertir a las “personas” en súbditos del poder.
¿Fueron estos dos criminales los únicos responsables de la crueldad y matanzas que inundaron la sangrienta historia de Alemania y Rusia? ¿No lo fueron también, el miedo y el acatamiento a los principios o ideologías que se impusieron desde una u otra concepción de la sociedad y que llegaron a despersonalizar a los ciudadanos privándoles de su capacidad y libertad de pensamiento, de expresión o raciocinio frente a la opresión del Estado?
Ningún poder emanado del hombre puede apropiarse de lo más característico de su naturaleza, que es la libertad de ser él mismo, de elegir y decidir como y con quien se relaciona, de tener sus propias ideas, pensamientos o creencias. Los gritos de ¡libertad! que estos días hemos oído en la sesión del Congreso con ocasión de la tramitación de la 'ley Celaá' y los que también se han oído en boca de los manifestantes que han inundado las calles de casi todas las ciudades de España, son el preludio de una rebeldía ciudadana frente al autoritarismo y la tiranía del poder que nos desgobierna, aunque se le quiera disfrazar de una legitimidad parlamentaria.
Los sentimientos nacionalistas, la crisis económica, los abusos de poder de las clases dirigentes y la pobreza o miseria fueron los detonantes de las dos grandes guerras del siglo XX que dejaron más de cien millones de muertos. Precisamente la pandemia hace estragos hoy entre la última generación que vivió aquella tragedia, como si aquel sufrimiento no hubiera sido suficiente. Pero parecen reverdecer las mismas causas que originaron una de las mayores catástrofes de la historia del hombre.
¿No afloran los sentimientos nacionalistas en la España y en la Europa de hoy? ¿No estamos sumidos en una profunda crisis económica desde hace diez años agravada con la pandemia mundial? ¿No estamos sufriendo los abusos de un poder que, sin pudor alguno, desprecia la verdad, actúa con un nepotismo descarado y abomina de las ideas e incluso los pensamientos de quien no se somete a su dictado? ¿Es que no advertimos cómo crece la pobreza material, intelectual y espiritual en nuestra sociedad?
La libertad de poder educar a nuestros hijos donde creamos conveniente para el desarrollo e integrar su personalidad, la libertad de poder expresar y manifestar nuestras convicciones políticas, morales o religiosas, la libertad de sujetarnos a las leyes de la naturaleza para nacer, vivir o morir o la libertad de relacionarnos con personas o grupos afines social y culturalmente no es un don gracioso del Estado ni un derecho que pueda ser interpretado por el actual gobierno con mayor o menor flexibilidad o rigidez.
El Estado no puede conceder ningún derecho fundamental al hombre como persona, ya que ésta los posee por su propia naturaleza y solo debe limitarse a reconocérselos o en su caso a protegerle contra quienes quieran privarle del ejercicio de alguno de ellos. Todo lo contrario de lo que este gobierno filocomunista hace cada día desde su ya descarado totalitarismo.
La libertad de movimientos, circulación o reunión, la privacidad de las comunicaciones, la de opinión en redes sociales y medios de comunicación o incluso la libertad religiosa están sufriendo fuertes limitaciones o amenazas al socaire de la epidemia que nos aflige. Aliarse con los enemigos de España y con quienes desprecian los más de cuarenta años de democracia y libertades que hemos disfrutado, está provocando un sentimiento de rechazo y rebeldía que anida cada vez con mayor fuerza en el corazón de millones de españoles.
Se están conculcando las más elementales reglas de la democracia y en una situación de excepcionalidad como la actual, el gobierno no cesa de golpear la vida de las instituciones y de los propios ciudadanos con Decretos y Leyes que impiden abusivamente a los sectores y ciudadanos afectados ser oídos y atendidos en sus demandas y reivindicaciones.
El Parlamento ya no es caja de resonancia del sentir popular, la Justicia se encuentra mediatizada y la desigualdad se extiende como una mancha de aceite en todo el territorio nacional. Cada Comunidad Autónoma se ha convertido en un territorio fronterizo para la lengua, la salud o la economía del resto de la troceada España.
Decía el Papa Juan XXIII en la encíclica Pacem in Terris que “la convivencia civil solo puede juzgarse ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana si se funda en la verdad”. A “sensu” contrario, la mentira, el engaño y la confusión con la que Pedro Sánchez nos agobia cada día, además de ser un insulto a la inteligencia y a la dignidad que todo ciudadano se merece, fractura la convivencia civil y atenta contra nuestra libertad porque nos esclaviza… ¿es esto lo que persigue?