Recuerdo el partido de fútbol celebrado tres años atrás entre las selecciones de España y Ecuador en el Estadio Vicente Calderón. Los sudamericanos parecían incapaces de crear ocasiones de peligro, mientras España entraba por donde quería. De repente, la hinchada de aquel país (existen cerca e 500.000 ecuatorianos viviendo en España, a los que nuestro Gobierno no ha dado muchas facilidades), consciente de la impotencia de los suyos, comenzó a gritar algo que nunca había escuchado en un campo español: Sí se puede. Es más, se puede todo lo que se intenta, especialmente si quien lo hace, el individuo o la multitud, están convencido de lo que hacen.
Ni partidos políticos ni sindicatos ni ONGs. Sencillamente, los ecuatorianos, hartos de la corrupción gubernamental, salieron a la calle incitados por una emisora de radio, y no la más escuchada, para solicitar la dimisión del presidente Lucio Gutiérrez. No pedían aumento de salarios ni mejores prestaciones públicas (aunque podrían, y hasta deberían, haberlo hecho): lo que pedían era un Gobierno honrado, que no manipule la justicia a su conveniencia. Y lo han hecho de forma pacífica, con el mismo espíritu del Vicente Calderón: Sí se puede. Es decir, se puede tener un Gobierno honrado. Las turbamultas se rigen por la manipulación, pero aquí no parece haberse dado manipulación alguna. Es verdad que los alcaldes de Quito y Guayaquil se han convertido en oposición, pero eso sólo es porque Gobierno, Congreso, Judicatura y Ejército formaban una unidad de destino en la corrupción.
Ha sido el derrocamiento más hermoso de los últimos lustros, una revolución espléndida. A partir de ahora será necesario acuñar la expresión revolución a la ecuatoriana, una revolución blanca que no pedía nada para sí: sólo honradez pública. Naturalmente, un movimiento ciudadano de estas características puede acabar mal, pues su propio éxito es una tentación irresistible para que cualquier desalmado se ponga al frente de la manifestación, pero ojalá termine bien... porque puede sentar un precedente mundial.
Eso sí, me temo que la clase política no ha entendido nada. Así, el sustituto de Gutiérrez, el vicepresidente Alfredo Palacio, habla de cambiar la Constitución, mientras la fiscal Cecilia Armas, anteayer dependiente de Gutiérrez y repentina conversa a la democracia, intenta encarcelar a su ex jefe
No, no han entendido el mensaje de los revolucionarios: No se trata de cambiar las leyes, sino a la personas, sus actitudes. El segundo mensaje de los revolucionarios blancos es éste: se trata de aplicar la justicia, no la venganza.
Eulogio López