Hoy ya no se trata sólo de manifestarse contra del aborto sino de dar testimonio en las calles, en los medios de comunicación, en las tribunas parlamentarias y hasta en la sede de Naciones Unidas, del significado y valor de toda vida humana.
Y eso exige crear redes de atención a las madres gestantes, apoyar a las familias con enfermos crónicos o terminales, y desarrollar una nueva cultura de la vida.
Ninguna sociedad sana puede desentenderse de la suerte de sus miembros en situación de riesgo. Por eso la defensa incondicional del derecho a la vida debe conseguir permear la cultura de pueblos, animar las relaciones sociales y convertirse en la perspectiva desde la que implantar todas las políticas públicas que se diseñan desde los gobiernos.
Eso es lo que los convocantes de las movilizaciones en España defenderán junto a personas de toda Europa; y cómo no, junto a los miles de latinoamericanos que desde México a Chile han celebrado jornadas por la vida. Algo se está moviendo, y aunque queda mucho por hacer, la batalla no está perdida.
Jesús Domingo Martínez