Por una sola vez y sin que sirva de precedente, el señor Barack Obama no va mal enfocado. Su reforma financiera pretende evitar la especulación, ese concepto tan citado en Hispanidad desde que surgiera la crisis, en septiembre de 2007 y que, pudorosamente, nadie se atrevía a citar hasta ahora, en que lo utiliza todo el mundo.

Sí, la especulación financiera fue la causa de la crisis, aunque no hay que confundir especulación con arbitraje: todo arbitraje es especulación pero no toda especulación financiera es arbitraje. Por ejemplo, si los liberales me responden que no hay mayor especulador que aquellos gobiernos que se endeuden más de lo debido e inundan el mercado de papel, le tendría que dar la razón. Pero uno es Chestertoniano: estoy dispuesto a poner a todos los grandes, sen públicos o privados, porque eso es secundario, como no digan dueñas. Uno no pelea ni a favor del socialismo estatal ni del capitalismo privado, sino de lo pequeño contra lo grande, sea este público o privado.

Total, que Obama pretende distinguir entre actividades bancarias productivas -banca al por menor, principalmente, y actividad de banca al por mayor, siempre con una acusada querencia hacia lo especulativo. Y no son fáciles los distingos, pero Obama, con su asesor, Paul Volcker detrás, está dando en el clavo.

Ahora bien, vamos con lo relevante: lo importante es que Volcker logre salirse con la suya a la hora de prohibir productos con especulativos concretos y lograr su gran objetivo de reducir el tamaño de los bancos -algo formidable-. El papanatismo de Basilea II insiste en que sólo los bancos gigantescos pueden sobrevivir en el mercado global. Nadie sabe por qué, pero es un tópico grabado a fuego ha en mentes aparentemente inteligentes (por ejemplo los ministros de Finanzas de la Unión Europea). Pues bien, no es así. Pero Volcker sí está convencido de que lo pequeño es hermoso.

Y lo más importante: no figura en la reforma, sino en la declaración de intenciones del propio Obama, cuando afirma que el objetivo es que nunca más se reflote con dinero público a un banco en dificultades.

Ya sólo falta por añadir: ni un Gobierno.

El principal problema, naturalmente, es la credibilidad del propio Obama, que, aún siendo candidato, se lanzó con entusiasmo a apoyar los planes de salvamento de George Bush que, más tarde, ya en la Casa Blanca, multiplicó.

Mientras tanto, aplaudamos a Obama. Esta vez, con las dos manos.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com