A los mercados no hay que tranquilizarlos, hay que gobernarlos. Lo ha dicho Tomás Gómez, presidente del Partido Socialista de Madrid (PSM) y tiene toda la razón.
Cansado de los desprecios de ZP -que no soporta a los perdedores- Gómez ha decidido aprovechar las horas bajas del presidente para pasarse al sector crítico.
Toda Europa, y todo Occidente, se ha echado en manos de los muy susceptibles mercados bajo la fórmula de que todos los contribuyentes salven -mediante rescates que conllevan dolorosos ajustes- a los ricos, es decir, a los inversores. Por eso, los europeos están cada vez más hartos de una Europa, no de los mercaderes -qué más quisiéramos-, sino de los financieros, que es peor, porque no venden mercancías, sino tiempo, que juegan a hacer quebrar bancos y países enteros. La Europa de la solidaridad ha dado paso a la Europa de la deuda pública.
Sólo un matiz: el socialista que Gómez lleva dentro habla de gobernar a los mercados, es decir, a que los gobiernos manden en los mercados. No es buena idea por dos razones: con la globalización de las bolsas no pueden hacerlo y, en segundo lugar, más importante, quien más está colaborando al océano de liquidez en el que nos movemos no es el especulador privado -el banco de inversión, por ejemplo- sino, precisamente, el emisor de deuda pública sin límites, es decir, los gobiernos.
Si Merkel, Obama, Sarkozy, Zapatero y compañía se han rendido a los mercados es porque saben que si su deuda pública quiebra, su carrera política se va a la porra.
No, a los mercados no hay que gobernarlos: a los mercados, es decir, a los bancos y a los países hay que dejarles solitos, que sufran las leyes del propio mercado. Es decir, hay que dejarles quebrar. Si se hiciera una sola vez, con un solo país, lo contrario de lo perpetrado con Grecia e Irlanda -y con Portugal y España amenazados- ocurrirían dos fenómenos de lo más esperanzadores: el Gobierno afectado debería dimitir y convocar elecciones y los especuladores -gobiernos e intermediarios financieros- se comportarían decentemente, porque sabrían que la nefasta fórmula de los rescates se ha terminado.
Y, por el mismo precio, serán los ricos los que sufrirían, no toda la ciudadanía.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com
Cansado de los desprecios de ZP -que no soporta a los perdedores- Gómez ha decidido aprovechar las horas bajas del presidente para pasarse al sector crítico.
Toda Europa, y todo Occidente, se ha echado en manos de los muy susceptibles mercados bajo la fórmula de que todos los contribuyentes salven -mediante rescates que conllevan dolorosos ajustes- a los ricos, es decir, a los inversores. Por eso, los europeos están cada vez más hartos de una Europa, no de los mercaderes -qué más quisiéramos-, sino de los financieros, que es peor, porque no venden mercancías, sino tiempo, que juegan a hacer quebrar bancos y países enteros. La Europa de la solidaridad ha dado paso a la Europa de la deuda pública.
Sólo un matiz: el socialista que Gómez lleva dentro habla de gobernar a los mercados, es decir, a que los gobiernos manden en los mercados. No es buena idea por dos razones: con la globalización de las bolsas no pueden hacerlo y, en segundo lugar, más importante, quien más está colaborando al océano de liquidez en el que nos movemos no es el especulador privado -el banco de inversión, por ejemplo- sino, precisamente, el emisor de deuda pública sin límites, es decir, los gobiernos.
Si Merkel, Obama, Sarkozy, Zapatero y compañía se han rendido a los mercados es porque saben que si su deuda pública quiebra, su carrera política se va a la porra.
No, a los mercados no hay que gobernarlos: a los mercados, es decir, a los bancos y a los países hay que dejarles solitos, que sufran las leyes del propio mercado. Es decir, hay que dejarles quebrar. Si se hiciera una sola vez, con un solo país, lo contrario de lo perpetrado con Grecia e Irlanda -y con Portugal y España amenazados- ocurrirían dos fenómenos de lo más esperanzadores: el Gobierno afectado debería dimitir y convocar elecciones y los especuladores -gobiernos e intermediarios financieros- se comportarían decentemente, porque sabrían que la nefasta fórmula de los rescates se ha terminado.
Y, por el mismo precio, serán los ricos los que sufrirían, no toda la ciudadanía.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com