No pensaba tocar más el asunto Carrillo. A los muertos hay que dejarlos en paz para que puedan descansar en paz. Pero tampoco me gusta que se confunda al personal. Las loas lanzadas al líder comunista por colaborar en la Transición Democrática, hasta convertirlo en el arquetipo de demócrata, no puede hacer olvidar su pasado como verdugo de millares de inocentes. Y nunca pidió perdón, que es la clave de todo. Es más, se enorgulleció de su papel durante la II República y la Guerra Civil, a pesar de que fue él, además del homicida de Paracuellos, uno de los españoles que colaboró a socavar los débiles cimientos democráticos de la II República.
No sólo eso: Carrillo se había crecido con los homenajes que le brindó el Zapaterismo y en sus últimos tiempos asomaba el ramalazo anticristiano que constituía la enseña de la izquierda republicana en los años 30 del pasado siglo.
Y miren ustedes, por ahí no paso.
Además, la Transición Democrática fue, desgraciadamente, una reconciliación basada en el olvido, no en el arrepentimiento ni en el perdón, y así no hay manera, porque si se fía todo al olvido la única salida que queda es la amnesia, que no es buena cosa.
Por eso, porque no se exigió el arrepentimiento como base de la nueva democracia, el guerracivilismo seguía latente… y ZP lo resucitó con dinero público.
Mire usted, Arnaldo Otegi (en la imagen), que ya adivinarán que no es santo de mi devoción, llegó mucho más allá que Santiago Carrillo, cuando, días atrás, pedía perdón a las víctimas por "el dolor y la humillación" que pudiera haberles provocado. La verdad es que empleó el subjuntivo -pudiera- pero lo cierto es que llegó mucho más allá que Carrillo. Quizás porque la humildad es planta que crece más en la cárcel que en las mullidas alfombras del Parlamento.
Y esto es bello e instructivo, porque nos muestra, una vez más, que sin la virtud cristiana del arrepentimiento no hay cambio, sin cambio no hay mejora, sin mejora no hay progreso. La Transición Democrática española fue un gran éxito político, pero un éxito limitado: no se cimentó sobre el perdón sino sobre el olvido. Pero la memoria es puñetera.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com