Sr. Director:

He visto en Televisión Española el informativo de las tres de la tarde y, una vez más, me quedo sorprendido por la mala noticia de las intenciones de unos etarras que pretendían atentar contra la vida humana de cientos de españoles. Pero querían más: querían demostrar que algunos siguen creyendo en la violencia, que no hay más ideas válidas que las que
ellos consideran que así merecen ser, que una carga de explosivos puede ser más útil que unos votos, que la vida humana de un opositor no tiene valor, y que las opiniones de quienes defienden la vida, la historia y la razón son aquellas que hay que silenciar, acallar...

Con frecuencia olvidamos que todos estamos amenazados, no sólo los que aparecen en las listas, no sólo algunos vascos, algunos navarros... Sí, todos: la ama de casa de Logroño, el taxista de un pueblecito de Segovia, el conductor de ambulancias de Ciudad Real, el albañil que levanta paredes en Móstoles, el hombre de la ventanilla de la caja de ahorros en un pueblo de Granada, el barrendero de Murcia... Cuando una bomba explota no elige quiénes se han de salvar y quiénes están condenados a muerte. En realidad, cuando explota una bomba, nos han matado a todos un poco.

Pero, además, pretenden atentar contra la libertad de expresión, contra quienes discrepan, contra quienes tienen la "obligación" de censurar determinados comportamientos, contra los que denuncian las situaciones que merecen ser revisadas y criticadas. Si ya atentar contra una vida humana es completamente injustificable, más todavía contra quienes quieren defender la verdad y la libertad, y por eso manifiesto mi repulsa a quienes optan por la dinamita y el terror.

Juan Cañada

jcanada@unav.es