Como diría el admirador Luis María Ansón, no se habla de otra cosa en Madrid que del poema satírico que Alfonso Ussía ha dedicado al juez Baltasar Garzón, en el diario La Razón. Una delicia literaria y política, además de un ensayo tan divertido como solmene.

En efecto, un juez puede tener todos los defectos de los Salmos pero no el sectarismo. A un juez le pueden faltar todas las virtudes del Libro de la Sabiduría pero no un adarme de ecuanimidad.

Lo de menos es que Garzón sea un ególatra. La vida pública española está llena de ellos, lo peor es que egolatría le lleva a confundir la venganza con la justicia y el coraje con el rencor. Piensa Garzón que es justo lo que él hace porque lo hace él, mientras el amigo Rubalcaba -si le das la espalda te la clava- le utiliza cuando le interesa y cuando se vuelve muy pesado, demasiado cantoso, como ahora mismo, intenta quitárselo de encima. Y es que el sectarismo de Garzón es de tal calibre que compromete hasta a sus aliados.

Eso Rubalcaba, porque su jefe de filas, Zapatero, se distingue de su ministro en que es mucho menos listo, por lo que carece de límites. Don Alfredo sabe que hay que prescindir de don Baltasar pero don José Luis, que no conoce límites, considera que es un elemento muy útil.

Mario Conde era un banquero con una sola virtud: la osadía. ZP es un político con una sola virtud: la osadía. Garzón es un magistrado con una sola virtud: la osadía. Lamentablemente, ninguno de los tres podía presumir de ninguna otra.

Eulogio López

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