La prensa progre, por ejemplo el diario El Mundo, está emocionada. En el municipio de Tres Cantos, provincia de Madrid, modernísima villa repleta de empresas de alta tecnología, han contraído matrimonio ante las cámaras de TV, perdón ante un concejal de Izquierda Unida, Emilio y Carlos, a los que el concejal, henchido de emoción, reina por un día, despidió con el Emilio, Carlos, yo os declaro unidos en matrimonio. Para luego citar a Pablo Neruda: Que la risa y la ternura os acompañen toda la vida. Es cierto que don Pablo no estaba pensando en Emilio y Carlos cuando escribió esos versos, pero eso, ¿a quién le importa? Además, en mis años juveniles, era moda que los profesores te castigaran con el nerudiano Confieso que he vivido, título que nuestra maligna lengua adolescente siempre acababa por traducir de la misma forma: Confieso que he jo
El Mundo nos habla de una enternecedora ceremonia, donde no faltó arroz, ni arrumacos (mejor no concretar), ni el Canon de Pachelbel, ni una señora con chal que gritaba Vivan los novios. Por no faltar, no faltó ni Pedro Zerolo. Todo fue muy hermoso y el oficiante, un discípulo de Gaspar Llamazares, tuvo incluso la grandeza política de informarnos de que la alcaldesa, María de la Poza (cuidado con el apellido), regidora de la villa por el Partido Popular, no sólo no ha puesto pegas, sino que ha acelerado los trámites para que luego digan que la derecha no es moderna.
La cronista, que participó de la emoción del acto, nos cuenta que Emilio y Carlos han pasado tres décadas de convivencia, en las que ha habido crisis, problemas e salud y trances económicos, pero sobre todo amor. Y esto es lo que yo digo. Porque uno estaría dispuesto a creer en el amor homosexual si pudiera creer antes en el sexo homosexual. Pero, atavismos fascistas, sin duda, no consigo llamarle sexo a la introducción del falo en el recto, que como ya hemos dicho en otras ocasiones está para sacar cosas, no para meterlas. Ahora si por amor entienden camaradería, afecto, confraternización, amistad, entonces supongo que debo estar abierto a casarme con todos mis amigos, vecinos y compañeros de trabajo. Pero sin cochinadas, porfa, que me da mucha repugnancia.
Y la cursilería enorme continúa. Emilio, uno de los contrayentes, no sé si él o ella, nos confiesa en su día más feliz: Me estoy planteando dejar de ser católico. ¿Dónde está el mandamiento de amaos unos a los otros? la verdad es que lo de este chico es muy meritorio, porque leva 30 años cohabitando con Carlitos y sigue siendo católico. Ya saben: lo del botones: 20 años en la misma compañía, cuatro ascensos: ¿de qué puñetas entré yo a trabajar en esta empresa?
Y faltaba el broche final. En un alarde objetividad, nuestra enviada especial a Tres Cantos, provincia de Madrid, concluye: Confían en pasar inadvertidos a partir de ahora. No en vano, pronto el contenido de esta crónica dejará de ser noticia. Una muletilla esta que recuerda al incomparable marco del periodismo de los tiempos de la ominosa. Al parecer, durante la ominosa la censura era tremenda, pero la cursilería era inferior a la actual, seguro.
En España, país de risa cruel y retranca coñona, el chiste de moda es el que habla de dos sarasas que llegan al juzgado para perpetrar matrimonio y se encuentran al titular (una excepción a la regla, sin duda) de muy mal café, y les espeta:
Bueno, a ver, que tengo prisa. Sus nombres
-A ver Luis, quieres por esposo a Pepe.
-Sí, quiero.
-Y tú Pepe, ¿quieres por esposo a Luis?
-Sí quiero.
-Pues hala, a tomar por c.
Menos mal que no se llamaban Emilio Eduardo Alfonso y Carlos Eduardo, que si no, en lugar de Pablo Neruda les cae Ramón María de las Mercedes de Campoamor y Campoosorio, que en paz descanse para bien de todos.
Eulogio López