Me decía un cura que no sabía si la segunda venida de Cristo nos encontraría a los cristianos unidos bajo un mismo magisterio pero lo que era claro es que nos encontraría reunidos. Eso, sin duda.
Dicharacho que no nos resultaría especialmente grave si no recordara la falsa pregunta en tantas empresas: ¿Nos reunimos o trabajamos
A la mujer, por ejemplo, no le gustan las reuniones de trabajo. Bueno, salvo a las feministas, especialistas en copiar lo peor del hombre y criticar lo mejor. La mujer trabajadora puede tener mucho espíritu de trabajo pero poco espíritu de empresa.
Y eso que el peor pecado social de la mujer es la búsqueda de consenso. Digo el peor porque no sucede siempre que consensos y principios caminen por la misma vía.
Sin embargo, no hay mal que para bien no venga. Estaremos de acuerdo en que no es malo hacer las cosas de mutuo acuerdo, guiados por un sentir mayoritario donde sean los menos posibles quienes se sientan fuera del grupo. Y ese consenso la mujer lo borda.
Sin embargo no le agradan las reuniones de trabajo porque las considera una verdadera pérdida de tiempo. No es que todas las reuniones lo sean, lo sean en su totalidad, pero lo cierto es que pueden andar cargadas de razón.
Pero la mujer también tiene defectos… laborales. Y graves. Ejemplo, el trabajo de muchas mujeres puede resumirse en la siguiente fórmula: "Yo no he sido", un intento constante de exculpación. Lo cual es falso y negativo. Falso porque todos, hasta la mujer, cometemos errores, y en ocasiones, "ha sido". Negativo, porque la búsqueda de culpables ayuda poco y desayuda mucho. Se trata de evitar errores, y sobre todo ineficiencia, de aquí en adelante, no de decidir quién tuvo la culpa de lo que ocurrió de aquí para atrás.
Estamos haciendo un flaco favor a la mujer a costa de exaltarla como sexo poseedor de todas las virtudes y esquivador de todos los defectos, justo al contrario que el varón.
Primero porque, como es mentira, nadie se lo puede creer por mucho que repita el tópico. Y segundo, porque corremos el riesgo de idiotizar a la mujer, dado que nada idiotiza tanto como el halago. Ojo, que es halago al conjunto de las mujeres, no de cada mujer. Es decir, es un halago vago, a todas y a ninguna… aunque las más tontas traduzcan esos halagos colectivos a la mujer en clave personal.
Además, esos halagos terminan siempre en la llamada cultura de la queja, a la que tan habitual es la mujer. En el mundo laboral, y mucho me temo que en el doméstico, el sexo femenino tiene una tendencia constante a quejarse. Y eso no es bueno ni para la familia ni para la empresa. Sobre todo para la primera. Más que nada porque la queja permanente resulta insoportable.
Eulogio López
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