También el Vaticano ha pedido un gesto de clemencia. Por otra parte Amnistía Internacional ha calificado de insuficiente la suspensión de la pena capital: La presión internacional debe ser más fuerte para que de la suspensión se pase a la conmutación de la pena de muerte.
Por otra parte, Estados Unidos y China encabezan el ranking de los países con más condenas a muerte. En el mundo fueron ejecutados más de 2.000 mortales en 22 países y juzgadas más de 5.000 personas.
Mientras que, en algunos de los países desarrollados, se ha excluido de sus legislaciones la pena de muerte, sin embargo, Japón ha reavivado la pena capital en los últimos años. Esta reactivación de los ahorcamientos, una práctica cruel y medieval para una nación avanzada y tecnológica como el Imperio del Sol Naciente, ya le ha costado a Japón la censura de muchas asociaciones defensoras de los derechos humanos. México y Liberia son los países que han eliminado la pena de muerte de su legislación.
Vivimos en una cultura de la muerte aunque esté oculta tras los ropajes del consumo y bienestar. Basta profundizar un poco para que esta indigencia moral se presente tal como es, con un egoísmo feroz, una violencia agresiva y poco respeto por la vida, que es un don divino. Todo ello aderezado con los mejores ingredientes hedonistas y materialistas que nos llevan a un estado de naturaleza donde todo está permitido, donde no existe el más mínimo referente moral.
Por último, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU ratificó una resolución en la que se pedía a todos los países del universo prohibir la pena de muerte, proteger la dignidad y los derechos inalienables de toda persona humana, en todos los momentos de su existencia, desde la concepción hasta la muerte natural.
Contra la cultura de la muerte, la familia es la sede de la cultura de la vida.
Clemente Ferrer
clementeferrer3@gmail.com