La esperanza primaveral de la Iglesia en Cataluña comenzó un día de febrero de 1966, en aquella jornada aparecieron pintadas por doquier con este lema “Volem bisbes catalans”, que según escucho por un pinganillo adquirido gratis total en un chino, que han instalado en la Plaza de las Cortes de Madrid, quiere decir “Queremos obispos catalanes”.

Pero poco después, otro día de aquella primavera tan prometedora cayó una helada, que precipitó todos los termómetros al suelo desde donde estaban colgados. Por entonces ya habían brotado las flores de los árboles, así es que se echó a perder toda la cosecha. Y hasta el presente, en el que estoy escribiendo este artículo, las altas instancias clericales no han querido declarar a Cataluña zona catastrófica, espiritualmente hablando, aunque bien podían hacerlo si se fijaran en que las diez diócesis catalanas solo tienen en la actualidad 61 seminaristas.

Estos 61 seminaristas, según las estadísticas oficiales, se reparten del siguiente modo de mayor a menor número, según los datos que acaba de publicar la Conferencia Episcopal Española: 21 en Barcelona, 18 en Tarrasa, 5 en Vic, 5 en Urgel, 3 en Solsona, 3 en San Felíu de Llobregat, 3 en Gerona, 2 en Tarragona, 1 en Tortosa y 0 en Lérida.

Las altas instancias clericales no han querido declarar a Cataluña zona catastrófica, espiritualmente hablando, aunque bien podían hacerlo si se fijaran en que las diez diócesis catalanas solo tienen en la actualidad 61 seminaristas

No hace mucho, un católico moderadito, de estos que todo lo ven en positivo, de los que no apean de su boca la palabra aconfesionalidad, pero que por las relaciones que mantienen resulta que son más clericales que el alzacuellos de un cura…, decía yo que este católico moderadito me contaba que antes a los seminarios llegaban oleadas de muertos de hambre, donde los muy hipócritas se refugiaban -son palabras textuales suyas- para poder llenar la andorga, pero que los seminaristas de ahora, aunque pocos, son todos unos seres a los que es poco tildarlos de arcangélicos porque tal calificativo se les queda pequeño, ya que tienen méritos más que suficientes para clasificarlos en los jerarquía más alta de los ángeles que está compuesta por querubines, serafines y tronos.

No me atreví a llevarle la contraria, porque comprendo que mis argumentos no están a su altura. Yo los construyo sobre los cimientos de mi deformación profesional como historiador. Me explico. Reconozco con humildad que nosotros, los historiadores, no somos personas que nos metemos por el hondón de las almas, no tenemos un “concienciómetro”, que nos permita medir las conciencias para detectar a los hipócritas. Porque la Historia es la historia de la libertad, el estudio de las decisiones es el objeto propio de nuestra disciplina; los historiadores solo sabemos trabajar con las huellas que dejan en la superficie las decisiones de los hombres y que recogemos pacientemente en los archivos. Así es que lo siento, pero los historiadores somos muy superficiales, pero “mucho, mucho…”, como diría mi buena amiga María Hornedo.

Seminario de Tortosa

Antiguo seminario de Tortosa

Por esta razón, y a la vista de los datos de los seminaristas que hay en estos momentos en las diez diócesis de Cataluña y contemplando, a la vez, el edificio del antiguo seminario de Tortosa (25.000 m² construidos), concluyo que se heló lo cosecha de vocaciones que anunciaba aquella tan cacareada primavera de la Iglesia. Porque no, no se piense que por las dimensiones catedralicias del antiguo seminario de Tortosa ese edificio es de la época medieval, de los años del reinado de Fernando III el Santo (1201-1052). No, es antiguo pero no tanto, el edificio de ese seminario es de la época de Franco (1892-1975) y se inauguró en 1952.

Y digo que es de la época de Franco, y lo afirmo con toda propiedad porque como otros muchos edificios religiosos, como conventos, iglesias y seminarios, destruidos durante la persecución religiosa que los comunistas, los socialistas y los anarquistas llevaron a cabo durante la Segunda República y la Guerra Civil (1931-1939), fueron reconstruidos o construidos de nueva planta gracias a la ayuda de Franco.

Y ahora que lo pienso, ¡Qué pena me da no tener yo también un “concienciómetro”!, para poder medir las conciencias de esos que para denominar a los asesinados por odio a la fe, durante aquella persecución religiosa, la mayor de toda la Historia de la Iglesia, les denominan “mártires del siglo XX” o “mártires de la década de los treinta”, los mismos que no dijeron ni mu cuando profanaron la tumba de Franco en el Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

Pero a lo que estamos Remigia que se nos pasa el arroz. Aquella primavera del “Volem bisbes catalans”, estuvo promovida principalmente por dos personajes. Uno era Jordi Pujol, tan progresista él, tan preocupado por la adecuada designación de los obispos y tan católico a la catalana, que con el tiempo acabó en manos de la bruja Adelina que le trataba el tic de sus ojos con un método

Susana Griso cuenta en El Hormiguero las relaciones de Jordi Pujol con la bruja Adelina a partir del minuto 8,14.

científico y racionalista, como pasarle un huevo por la espalda, que dicen que cambiaba de color y se volvía negro. Por lo visto fue coronar la cima de su carrera política y se apagaron sus fervores religiosos de la época del “Volem bisbes catalans”. Por lo tanto, se ha debido cumplir en él la sentencia de Chesterton: “Cuando se deja de creer en Dios, se acaba creyendo en cualquier cosa”.

El otro promotor de aquella campaña, junto con Jordi Pujol, fue Josep Benet i Morell (1920-2008). Josep Benet, de niño, cantaba motetes, pues formaba parte de la escolanía de Monserrat, allí se formó y tras los estudios de escolano se integró en la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña. Pero aquellas devociones iniciales mutaron y Josep Benet se convirtió en el líder del PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña), que era como así se llamaba al Partido Comunista en tierras catalanas. Por cierto, que las relaciones de Jordi Pujol y Josep Benet no acabaran bien del todo, o al menos tuvieron algún bache, como el de 1980, año en el que Benet con sus comunistas promovió una moción de censura contra el “molt honorable” Jordi Pujol.

Pero decía que lo de “Volem bisbes catalans” fue una gran oportunidad, aunque eso sí truncada por haber satisfecho la petición de los Pujol y de los Benet. Desde luego que cualquier insensato puede tener ocurrencias tan disparatadas y tan poco cristianas como esa de la pintada, cualquiera puede creerse que es Napoleón (1769-1821), aunque eso no es grave si todo se queda ahí, porque lo realmente grave es que los demás, los cuerdos, lo admitan y traten al orate de turno como al general victorioso, que tras la definitiva derrota acabó sus días desterrado en la isla de Santa Elena, perdida en medio del océano Atlántico.

Pero a pesar del tan estrepitoso fracaso de la primavera por la helada, mantengo que aquello fue una magnífica oportunidad. Ante la petición de aquellas pintadas de 1966, se podía haber aprovechado la ocasión para enseñar a los católicos catalanes y, de paso, al resto de los católicos de todo el mundo, que lo de Iglesia católica quiere decir universal, y que la procedencia geográfica de un obispo no forma parte de las cualidades que hay que mirar a la hora de hacer los nombramientos de los sucesores de los apóstoles.

Se me ocurre que se podría haber dado una lección práctica para que se comprendiera la universalidad de la Iglesia; para que no hubiera dudas de ningún tipo de lo que significa ser obispo de la Iglesia universal en Cataluña, que no tiene otra misión que ayudar a sus feligreses a irse al Cielo, se podría haber buscado candidatos para las diócesis catalanas en lo más extremo de los cuatro puntos cardinales.

Ante la petición de aquellas pintadas de 1966, se podía haber aprovechado la ocasión para enseñar a los católicos que lo de Iglesia católica quiere decir universal, y que la procedencia geográfica de un obispo no forma parte de las cualidades que hay que mirar a la hora de hacer los nombramientos

Así, por ejemplo, en el extremo norte yo hubiera echado mano de un chaplino, que es como así se llaman los esquimales que habitan en la Siberia rusa, y en caso de que allí no se encontrase ningún sacerdote católico, lo intentaría en Noruega, Suecia o Finlandia, que también están muy al norte. En el extremo del sur, para obispo en Cataluña elegiría a un zulú, pero no de los que habitan en Zambia, Zimbabue o Mozambique, indagaría más abajo todavía, en Sudáfrica. Por lo más lejano del este yo hubiera recurrido a los chinos, donde los católicos han resistido tan duras pruebas, que a buen seguro que allí hay sacerdotes santos a manojitos; y no desistiría en el intento, aunque tuviera que hacer mil gestiones para sacarlos de la cárcel y poder traerlos a Cataluña. Y, por fin, por el oeste recalaría en Méjico y a los mejicanos, desde luego, les hubiera reservado la sede de Barcelona.

Y les explico por qué nombraría obispo de Barcelona a un mejicano. En aquel país también han sido probados los católicos por la persecución religiosa, lo que provocó la guerra de los Cristeros entre los años 1926 a 1929. Pero hay otro motivo definitivo para tomar esta decisión.

Yo comprendo que no iba a aceptarse a la primera colocar en las sedes catalanas a esquimales chaplinos, zulúes, chinos y mejicanos. Pero pienso que una vez conseguida la aceptación en Barcelona, lo de las demás diócesis iba ir sobre ruedas. Los mejicanos tienen mucha gracia para superar las más arduas dificultades, como refleja en una película de Cantinflas lo que les dijo “El Padrecito” a los que le recibieron literalmente a tiros, cuando fue a la primera parroquia, después de ser ordenado. Para salirse con la suya, “El Padrecito” no tuvo inconveniente en inventarse una frase y asignársela al mismísimo primer papa: “Ya lo dijo San Pedro, haz que lo difícil se convierta en fácil y lo fácil parezca difícil”. Y tras su apócrifa cita, el Padrecito concluyó: “De manera que lo difícil me gusta hacerlo pa pronto, y lo imposible siempre me tarda un poquito más”.

El Padrecito llega a su primera parroquia

Sin duda que habría que haber hecho esto o algo similar, todo menos satisfacer el capricho de Jordi Pujol y Josep Benet. Además, no había ninguna razón para excluir de las sedes episcopales a los que no fueran catalanes cuando la Historia, que es maestra de la vida, ya había demostrado que en las sedes catalanas se han sentado magníficos obispos que nacieron fuera de Cataluña, como fue el caso del navarro Manuel Irurita (1876-1936), que fue obispo de Lérida y de Barcelona.

Pero la demostración de que Manuel Irurita fue un obispo extraordinario se la cuento el domingo que viene, porque ahora les tengo que dejar, ya que en estos momentos va a empezar el desfile militar en Madrid, con motivo de la fiesta del 2 de mayo, en el que participa el Escuadrón de la Guardia Civil y mi hija Miriam con todos sus compañeros guardias civiles montando a caballo me quita el sentido y, por lo tanto me quita de todos mis quehaceres.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá