Sigan la pista a Pablo Ginés, un periodista catalán, responsable de información religiosa en La Razón.

El periodismo de investigación no ha muerto porque aún quedan redactores como él. En su edición del miércoles, firma un reportaje para leer y recordar: 200 millones de personas son perseguidas en el mundo por sus creencias, en lo que podríamos llamar persecución activa. Ginés habla ahora de que es evidente que la Cristofobia aumenta en el mundo. De hecho, tres de cada cuatro perseguidos son cristianos. Con un complemento imprescindible: los cristianos no persiguen a ninguna otra religión: musulmanes y panteístas, sí.

Pero junto a la Cristofobia activa del Islam y los países asiáticos figura la pasiva, propia de Occidente y que multiplicaría las cifras de Ginés. ¿Qué es multiplicación pasiva? La que condena al creyente al silencio, le margina en sus aspiraciones públicas o profesionales y le ridiculiza, imponiéndole el paradójico principio de que libertad religiosa es que se puede hablar de religión en modo alguno.

Lo curioso es que en el mundo libre son occidentales agnósticos -por ejemplo Zapatero y sus lobbys feministas y gay-, cada vez más panteístas, quienes  persiguen a los cristianos, especialmente a los católicos, dentro de esa opresión ambiental que he calificado como panteísta y que últimamente tiende a cargarse la libertad de conciencia como medio para arrinconar a los cristianos.  

Una última arma de esta persecución pasiva, tan letal como la activa, porque su inquina se puede negar con toda desfachatez, consiste en la confusión interesada entre libertad religiosa y libertad de culto. Ya he dicho que si por libertad religiosa entendemos la fe en Cristo y el amor a Dios y a los hombres, nadie nos lo puede arrebatar: no se precisa para ello ningún reconocimiento legal. Libertad religiosa es libertad de culto, es decir, libertad para expresar en público mi fe sin que nadie me lo impida o me insulte por ello. Es lo mismo que ocurre con la libertad de pensamiento. Nadie nos la puede arrebatar porque nadie puede controlar nuestra mente -aunque sí influir en ella-. Lo que se exige a la ley es que proteja la libertad de expresión para manifestar mi pensamiento cuando y donde me dé la gana.

Y a todo esto, ¿la cristofobia, activa o pasiva, triunfará? Por supuesto que no. Aparte de que la sangre de los mártires es semilla de cristianos. La Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo, nunca pierde las guerras. De hecho, la única forma de acabar con el cristianismo no es el homicidio, sino el suicidio; no es la aniquilación sino la apostasía, la infidelidad de los propios cristianos. Sí, hay mucha infidelidad, pero la persecución también está produciendo muchos santos. La historia de la Iglesia es siempre la misma desde su creación: de derrota en derrota hasta la victoria final. Sólo con este patrón mental puede entenderse lo que está ocurriendo en esa sociedad decadente.

Eulogio López

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