Sr. Director:
Frente al universo o cosmos no existen más que dos posturas para explicar su existencia.O decir que la materia es eterna, cosa que ningún científico o astrónomo admite, o decir que ha tenido principio, opinión muy probable, tras la conocida teoría del big-bang.
No hay incompatibilidad en este supuesto entre la fe y la ciencia. Explicar el cosmos con Dios es difícil, tratar de explicarlo sin Dios es casi imposible.
La teoría de la evolución CIEGA- Darwin- no la admite la Iglesia. La teoría del diseño INTELIGENTE sí la admite, como acaba de exponerla con claridad meridiana el cardenal austriaco Schönborn. No hay oposición alguna entre los fósiles que se han descubierto y la existencia del Creador. El macrocosmos y el microcosmos están llenos de belleza, de orden, de finalidad, de leyes fijas y empíricas que los astrónomos y científicos han descubierto.
Todo lo cual, presupone la existencia de una inteligencia poderosa y preexistente a la que los creyentes llamamos Dios. El cardenal no ha dicho nada más que apelar al sentido común de los que usan la cabeza para algo más que para llevar la gorra o el sombrero.
Miguel Rivilla
Frente al universo o cosmos no existen más que dos posturas para explicar su existencia.O decir que la materia es eterna, cosa que ningún científico o astrónomo admite, o decir que ha tenido principio, opinión muy probable, tras la conocida teoría del big-bang.
No hay incompatibilidad en este supuesto entre la fe y la ciencia. Explicar el cosmos con Dios es difícil, tratar de explicarlo sin Dios es casi imposible.
La teoría de la evolución CIEGA- Darwin- no la admite la Iglesia. La teoría del diseño INTELIGENTE sí la admite, como acaba de exponerla con claridad meridiana el cardenal austriaco Schönborn. No hay oposición alguna entre los fósiles que se han descubierto y la existencia del Creador. El macrocosmos y el microcosmos están llenos de belleza, de orden, de finalidad, de leyes fijas y empíricas que los astrónomos y científicos han descubierto.
Todo lo cual, presupone la existencia de una inteligencia poderosa y preexistente a la que los creyentes llamamos Dios. El cardenal no ha dicho nada más que apelar al sentido común de los que usan la cabeza para algo más que para llevar la gorra o el sombrero.
Miguel Rivilla