La estrella de la Navidad no es Papá Noel con su gran despliegue de generosidad y simpatía.
Tampoco lo es el árbol que todos adornamos profusamente, ni siquiera los niños con su alegría. ¿Sabe alguien quién es, lo que hoy nos diría? Jesucristo, el Dios hecho hombre habla al mundo en vísperas de su venida y lo emplaza a considerar el significado de estas fiestas. ¿No es absurdo que en una celebración se olvide al celebrado? ¿No es peor aún que se sigan felicitaciones y abrazos por un motivo desconocido? Yo, Dios, os digo: comenzad a caminar por el camino que Yo os he enseñado.
No malgastéis tiempo ni dinero en festejos vacíos, más bien considerad que Aquel que os amó de modo singular y perfecto está por nacer en vuestro mundo. No me apartéis de vosotros, no me posterguéis como un atributo pasado de moda.
Yo estoy con vosotros, sigo con vosotros y os invito a uniros a mí. Sólo en Mí encontraréis el alivio que necesitáis, sólo en mí está la paz del corazón y la alegría perpetua. Venid a mí, arrodillaos ante el Amor que os salva para que os dé nueva vida y alcancéis mi cielo.
Clara Jiménez