En los juicios de Nuremberg, los procesados razonaban que acataban la ley. Sin embargo, eso no les salvó de ser procesados por crímenes contra la humanidad.
Hoy coexiste un probado complot contra la existencia humana. La gazuza aniquila, cada día, a más de 100.000 mortales. Millones de adolescentes indigentes están siendo castradas en terruños del Tercer Mundo. Millones de chiquillos mueren cada año por la indigencia, por dolencias evitables, por las conflagraciones provocadas por la política armamentista. El despotismo de todo tipo castiga a más de 400 millones de críos. El paro y el chantaje laboral aflige a más de 1.500 millones de mortales en el universo, originando penuria y carencia de alimentos, perturbaciones cerebrales que llevan, con asiduidad, al suicidio.
El aborto es el infanticidio de un ser humano ya que, desde el momento del embarazo, la persona posee su identidad y dignidad humana. El aborto descuartiza una existencia humana con modos que son una espantosa impiedad para el feto humano, brutalidad que siente al ser humano en demolición. No es parte del cuerpo de la esposa, es un ser humano diferente.
Se puede aseverar que el bebé por nacer es el ser más frágil, precisado e indigente; es la carencia total, ni tan siquiera tiene la posibilidad para poderse defender y demandar ayuda. No puede gritar. En el orbe se realizan, en la actualidad, cerca de 80 millones de abortos, cada año y que afligen a los pueblos más indigentes.
Una humanidad que legaliza el aborto es una sociedad tiránica, que ratifica el poder de unos seres humanos sobre los otros hasta llegar a ser los dueños de su vida.
La vida humana tiene un valor trascendente desde la concepción hasta la muerte natural. El doctor Nathanson, pionero defensor del aborto en los Estados Unidos, incluido el de su propio hijo, afirmó: "La Humanidad hoy se arrepiente de la esclavitud de ayer, y pronto se avergonzará del crimen del aborto".
Clemente Ferrer
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