Sr. Director:

Con la firma de la Declaración universal de los derechos humanos se reconocían los derechos de la mujer. A la mujer se le hacia justicia, se recordaba que era sujeto de los mismos derechos y deberes que el hombre. Años de búsquedas, de levantar la voz, de testimonio, habían precedido al hecho.

Han pasado seis décadas y se ha empezado a perder el sentido último de aquel acto de justicia. En un primer momento los grupos radicales feministas empezaron a hablar de igualdad para con el hombre. Nada menos cierto. El hombre y la mujer no eran, no son, ni serán iguales jamás (que no significa que no tengan igualdad de derechos). La impronta física del nacimiento, nos lo hace evidente; el ser humano es un ser sexuado sólo en dos modos posibles: hombre o mujer. Pero aquella confusión primera (o quizá interpretación provocada) fue un empezar que ha desembocado en una negación del primer valor, del más excelso don de la feminidad, del ser mujer: la maternidad.

Hoy en día las políticas familiares de muchos países la han desprotegido; buena parte de la opinión pública joven femenina la ha venido minusvalorando. No se promueve en foros mundiales, vende poco en televisión, el cine la ha olvidado como argumento central, no se anuncia en centros comerciales ni es portada de diarios y revistas. Se ha tomado como un anti-valor, como una decisión poco moderna, como una condena.

 Y sin embargo, poco a poco, parece encenderse otra vez la luz de la esperanza. Son pequeñas sacudidas "sísmicas" de voces femeninas con resonancia pública que quieren reivindicar el orgullo de serlo.

 Ahí está Ivonne Knibiehler, historiadora francesa y conocida figura del feminismo, quien en entrevista al diario Le Monde declaraba que "La maternidad seguirá siendo una cuestión capital de la identidad femenina". "El feminismo debe en primer lugar repensar la maternidad; todo lo demás será por añadidura", ha precisado.

La ex periodista premio Pulitzer y ahora escritora asistente para la universidad de Stanford, Catherine Ellison, en su libro "La inteligencia maternal", asegura que la maternidad hace a la mujer más capaz. Otra mujer, Elise Claeson, periodista sueca de unos de los principales periódicos nórdicos, el Svenska Dagbladet, ha alzado la voz en una de sus columnas al escribir: "Oídnos, queremos ser madres". Eva Herman, durante 18 años reconocida presentadora del informativo más visto en la televisión alemana, ha salido de lo políticamente correcto al escribir para la revista Cicero que abandonar el hogar no es un imperativo categórico. A la par que en Alemania salía su libro "El principio de Eva", en Suiza aparecía "Ama de casa, el mejor trabajo del mundo", de Marianne

Siegenthaler, con buena acogida por parte de las "managers domésticas".

 El verdadero feminismo aboga por una revalorización de la dignidad, del papel y de la vocación de la mujer. Es cierto que la maternidad es también una vocación que implica deberes, pero son esos deberes precisamente los que la hacen más noble, más loable, más bella. Y es que sólo una mujer puede ser madre. Con una finura hecha alabanza reconoce esto Tagore: "Te alabo, mujer, porque con una mirada puedes robar al arpa toda su riqueza melodiosa, y ni siquiera escuchas sus canciones".

Jorge Enrique Mújica

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