Vuelve el conocido como "el rey de los monos", imaginado por el escritor Edgar Rice Burroughs, en una apuesta cinematográfica que combina aventuras y drama épico, mientras el héroe se encuentra indeciso sobre su verdadero lugar en el mundo. Eso sí, sin motivo justificado, incluye elementos que irritarán a un público católico. Han pasado ocho años desde que John Clayton III, Lord Greystoke, antiguamente conocido como Tarzán, abandonó la jungla y se instaló cómodamente en Gran Bretaña, en sus enormes posesiones, junto con su amada esposa, Jane Porter. Pero el pasado llama a su puerta cuando es requerido por el Gobierno para que interceda a favor de los intereses comerciales de su país en el Congo, donde el rey Leopoldo II de Bélgica está expoliando las riquezas de ese territorio. En realidad, el regreso de Tarzán a África es un plan ideado, de forma maléfica, por el representante de ese país europeo en el continente negro, el ambicioso Leon Rom, que pretende convertirse en gobernador. Muy en la línea de Greystoke, de Hugh Hudson (del año 1984), a priori no está mal este nuevo enfoque de la historia del famoso personaje criado entre los gorilas, que ofrece una ficción entretenida a pesar de estar repleta de tópicos sobre el colonialismo, los valores de la naturaleza frente a la civilización e, incluso, sobre el papel de EEUU como árbitro en el mundo en la defensa de las libertades. Tampoco nada que objetar al reparto ni a la parte visual, que resulta más impactante y lograda en los planos generales que en los panorámicos, donde se aprecia un abuso de efectos especiales algo simples en la recreación de multitudes, sean de animales o de personas. Pero el problema de esta película, como les adelantaba, se encuentra en detalles que están fuera de contexto y cuyo único objetivo parece estar encaminado a enfadar a un segmento de la población católica. El fundamental se hace evidente, desde las primeras escenas, puesto que el malvado de la trama (interpretado por el actor austriaco Christoph Waltz) porta entre sus manos un rosario que no utiliza para rezar sino como arma violenta y que aclara (por si hubiera dudas): "fue un regalo de mi párroco", al mismo tiempo que se insinúa tácitamente que ese es el perfil de los crueles colonizadores. Desde el punto de vista cinematográfico, La Leyenda de Tarzán se enfrenta, como otras películas actuales, a dirimir a qué tipo de espectador va dirigida. Porque la violencia de varias secuencias, y alguna frase sexual, especialmente grosera, la desaconsejan para un público familiar. Y es paradójico porque el director David Yates hasta el momento ha conseguido los mayores triunfos de taquilla en películas dirigidas a todos los públicos, por ejemplo las cuatro últimas entregas de la saga de Harry Potter. Para: Un público joven-adulto que no le importen "detalles" anticatólicos Juana Samanes