Inspirada en trabajos precedentes y de indudable calidad y ortodoxia como El Gran Silencio o De Dioses y Hombres, la directora holandesa Anne Christine Girardot decidió investigar las razones por las que unos monjes cistercienses, de una abadía  cercana a su casa, iban a abandonar su monasterio para iniciar una nueva vida en otro lugar. Lo primero que asombra de este documental es que los monjes aceptasen que una mujer entrara en su clausura, para grabarles sobre su incierto futuro pero, sobre todo, para entrevistarlos y que hablaran sobre sus principales inquietudes y sobre cómo se fraguó su vocación. Ese mérito de darles confianza y convencerlos corresponde a Anne, que  ha logrado un largometraje ágil, con imágenes de gran belleza y donde se respira el respeto de la directora por esos hombres de vida contemplativa. Sin embargo, el problema de La isla de los monjes estriba en que mientras algunos testimonios de esos religiosos son maravillosos, otros demuestran no tener las ideas claras y  "confunden la gimnasia con la magnesia". En este sentido, y tras haberlo contemplado, no acaba de entenderse la decisión de ese traslado forzoso de residencia a una isla que toman los miembros más jóvenes de la congregación, por otra parte una comunidad muy querida y asentada en el lugar, y  que supuestamente persigue buscar el silencio y la paz. Se supone que todos aquellos consagrados a Dios encuentran la paz requerida en la oración y, sobre esa cuestión, no se profundiza demasiado en esta película. Por cierto, en el precioso monasterio se va a instalar, tras su venta, un centro ecuménico. Para: Los que les guste ver todo tipo de documentales de contenido espiritual incluso tan confusos como éste Juana Samanes