“Cualquier español que haya visto el partido puede sentirse orgulloso”, aseguraba que el capitán de la Selección Española de Fútbol, Sergio Ramos, tras finalizar el partido del Mundial Rusia 2018, que nos obligaba a volver a casa.

No sólo eso, sino que, tras un pésimo partido, tras cuatro pésimos partidos, Ramos aseguraba que, a pesar de todas las críticas “tenemos un equipo para seguir soñando”. ¿Soñando con qué? Todo esto precedido por los días anteriores en los Thiago Alcántara, Dani Carvajal o Jordi Alba exigía que no se les criticara. No, si os parece, vuestro juego era como para alabaros.

Contrasta todo esto con las palabras del jugador ruso del Villarreal, Denís Chéryshev, preguntado por si su quipo se había dedicado a encerrarse y aprovechar sus oportunidades a balón parado. Claro, aseguro Denís, para reconocer la superioridad española: “jugarle a España de tú a tú” era una locura.

Los dos hombres que nos gobiernan, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, poseen la nota distintiva del eunuco: mucha responsabilidad, ninguna capacidad

Y todo esto, así como el juego de la Selección Española de Fútbol en el Mundial de Rusia, constituye un espejo límpido de la actualidad española de ahora mismo, que se resume en dos palabras. Soberbia e impotencia. La soberbia de unos jugadores españoles pendientes de sí mismos, en lugar de ilusionar a un país (en el caso de algunos como Piqué, de un país en el que, encima, no creen) está pendiente de sí misma, de su propia fama y gloria. La impotencia de unos jugadores que, como fueron incapaces de romper el cerrojo ruso, acusan al contrario de practicar el anti-fútbol… lo que, por muy cierto que resulte, no deja de ser una excusa de mal pagador.

Pedro Sánchez  y Pablo Iglesias, los dos mediocres que hoy nos gobiernan, deberían haber sido seleccionados por Fernando Hierro. Salvo su escaso talento futbolero, muestran la misma impotencia que el combinado nacional tanto para el diagnóstico como para la terapia de los problema de España, sólo que son tan orgullosos que no lo saben. Son impotentes para la humildad y, por tanto, para la verdad: se hacen trampas en el solitario.

Como la Selección española, poseen las notas distintivas del eunuco: mucha responsabilidad, ninguna capacidad, muchas competencias, ningún poder.

O muchas palancas de poder, pero el poder sin capacidad sólo sirve para dos cosas: enaltecer el ego de los protagonistas y destrozar un país. En este caso, España.