La moda del coche compartido ha llegado a los hijos y ya veremos si en un futuro próximo no se extiende también a otros miembros de la familia. La verdad es que con tanta necedad, uno ya se espera cualquier cosa. Vamos de momento, con los hijos, que ya es suficientemente grave.

Al parecer, la copaternidad ha aumentado significativamente en los últimos años. ¿En qué consiste? En algo tan sencillo como tremendo: un hombre que quiere ser padre se pone de acuerdo con una mujer que quiere ser madre y los dos tienen un hijo que comparten, como si compartieran, por ejemplo, una plaza de garaje. Entre ellos no hay ninguna relación afectiva-sexual y, por supuesto, no tienen por qué vivir en la misma casa. Por cierto, el hijo ‘lo encargan’ por fecundación in vitro. Todo muy entrañable.

Antes de nada, los interesados firman un contrato en el que establecen las condiciones del acuerdo, por ejemplo, los días en los que ejercer de padre o madre, la manutención, etc. Es importante no dejar cabos sueltos -las negociaciones post-contrato son muy molestas- y para eso están las agencias especializadas en el tema, porque ya existe una industria destinada a la copartenidad o, si lo prefieren, a los hijos por contrato.

El caso es que el Comité de Bioética, organismo sin más poder que el de asesorar al Gobierno, ha alertado sobre esta práctica, pero se ha quedado en la hojarasca y no ha llegado, ni de lejos, al meollo de la cuestión. Incluso se contradice en sus recomendaciones.

Miren lo que dice: “El niño o la niña deben ser considerados como un fin en sí mismos y no sólo como medios para satisfacer el anhelo de paternidad/maternidad”. Esto es genial porque lo que buscan los padres por contrato es precisamente satisfacer su anhelo de paternidad. Pero aun así, el Comité no desaconseja esta práctica y mucho menos prohibirla. En esta línea, en otro lugar de su informe, advierte del riesgo de “cosificación” y “mercantilización” de los niños, sin tener en cuenta que, en este caso, no es un riesgo sino una realidad. Es decir, están siendo cosificados, no sólo por las agencias especializadas sino también por esos padres por contrato.

Dicho de otra manera, ser padre exige mucho más que un contrato: requiere amor, esto es, donación y entrega. ¿Cómo van a educar a un hijo sin ninguna vinculación afectiva entre ellos, si lo más importante y lo que le va a marcar durante el resto de su vida es, precisamente, la vinculación afectiva de sus padres? Es decir, es incompatible tener un hijo por contrato y, al mismo tiempo, no cosificar al niño, porque en el mismo contrato está implícito el considerarlo una cosa, eso sí, con más necesidades que una plaza de garaje.

Y luego está la segunda parte: lo que sucede cuando uno de los dos no quiere seguir y rompe el contrato. Si los necios volaran se nublaría el sol. Y además de verdad.