Te contemplo iluminada
desde el fondo de mi cuarto,
desde de la ventana.
En mis recuerdos encuentro,
aquella vez primera
que recorrí tus estancias.
Llenaste entonces de esencias
lo profundo de mi alma,
al revivir tus historias,
las leyendas y los cuentos,
que de ti se contaban.
 
En la noche, en silencio,
unas lágrimas afloran
a los ojos del Rey moro,
que abandonarte no quiere.
Porque eres más que piedras,
que fuentes y que jardines
que palomas y palmeras.
Es toda una vida
es el corazón, es el alma,
que entre todas ellas,
se queda.
 
Y esas lágrimas del moro,
que al entregar su Granada,
su Alhambra querida,
recorren otra vez su cara
son malentendidas.
No son de rabia, contenida,
por haber perdido el reino,
el poder y la gloria,
que suponían.
 
Que son de dolor de amor
al abandonar Granada,
su vida, la Alhambra.
Llorar lo que se ama
no degrada, ensalza.
No es menos hombre
quien llora, si llora,
por la Alhambra.