El pacifismo separatista catalán está acabando en violencia. Y cada vez será más violento. Pero ¿es que alguien podía dudarlo?
Por cierto, no hay paz sin justicia. Y si la hay, prefiero la guerra a esa paz. El separatismo no es justo, porque defiende un referéndum en el que deberían votar todos los españoles, dado que Cataluña es tanto del nacido en Barcelona como del nacido en Pontevedra.

En cualquier caso, en Hispanidad hemos defendido la misma tesis: Cataluña nunca se independizará de España, pero puede provocar un enfrentamiento civil, no solo en Cataluña, sino en todo el país. Un enfrentamiento, o guerra –me es igual–, de todos contra todos.

Cataluña –es más difícil, pero posible– también puede abrir una brecha en la Unión Europea. Los mecanismos de la UE en justicia y seguridad –en particular el espacio Schengen y la euroorden– se han demostrado una filfa gracias a Carles Puigdemont y a la justicia belga y alemana. Resulta un esperpento que Puigdemont se permitera el lujo de demandar al juez español que le ha encausado y, sobre todo, que la justicia belga acepte a trámite esa petición.

Pero el impulso de Lepanto, como el de la Hispanidad, estaba enraizado en la defensa de la fe cristiana

En cualquier caso, la euroorden estaba pensada como un mecanismo automático, sin discusiones, donde un país socio de la Unión se fiaba de la justicia de otro país socio y no ponía en solfa ni a su policía ni a su justicia ni a su red de prisiones. Desde el momento en que falta confianza entre los socios, sobra Schengen.  

Pero lo más grave de todo es la gran mentira del pacifismo separatista. Precisamente, eso que, según los independentistas, todo lo justifica.

A ver, la violencia física no es la única violencia existente: la injuria, el insulto la calumnia, la vejación, la marginación… también son violencia.

Recuerden al pacifista Gandhi.

Ahora bien, mirando a Madrid deberían tener en cuenta algo: desde Moncloa, desde el Congreso y desde los medios informativos se está prestando una atención desmesurada a cualquier tontuna que salga de unos separatistas enloquecidos cuya ocupación a tiempo total es… “escenificar tontunas”. Cuidado con el narcisismo separatista. Cuanto menos hablemos de los montajes separatistas, mejor.

¿Y cuál es la solución? Que los españoles dejen de mirarse al ombligo y se planteen metas que merezcan la pena. El 7 de octubre, además de la Fiesta del Santo Rosario, celebramos la victoria de Lepanto. Una España que, con el arma poderosa del Rosario, enarbolada por el Papa y con el solo apoyo de dos ciudades-Estado, se lanzó contra la flota más poderosa de la época y detuvo al ejército turco, superior en armas y efectivos, en el Mediterráneo oriental.

Ahora estamos enredados en el pacifismo separatista, que es una coña: prefiero la guerra a la paz injusta

Y el día 12 celebramos el Día de la Hispanidad: la gesta de un pueblo que conquista un continente, pero no para explotarlo, sino para darle fe, cultura y ciencia, tiempo que elevaba a todo un continente de la barbarie a la esperanza.

Unos españoles pensaron en América, otros en proteger a Europa del Islam más agresivo. Ahora, por el contrario, no estamos pensando en salvar a Occidente, sino en que España no se disgregue, pendiente de nosotros mismos, al modo mezquino, mientras los independentistas han hecho del referéndum su nuevo credo religioso.

Porque para ser grande no hay que abrir la mente, sino el corazón.

Cuando España sale de sí misma se olvida de su guerracivilismo cateto.