Desde el 15 de marzo hasta el pasado domingo he acudido, cada día, a una eucaristía ilegal, clandestina, oficiada por un párroco de un barrio obrero de Madrid.

Un párroco valiente que ha desafiado la prohibición hipócrita del Gobierno Sánchez y la suspensión lamentable de la Eucaristía por parte de los obispos españoles. Un cura valiente que, aunque fiel colaborador de Cáritas, que ya ha repartido 5 toneladas de alimentos entre sus parroquianos más necesitados, se niega a convertir su parroquia en una ONG y, por lo tanto, continúa considerando la Eucaristía como lo más importante de su vocación.

El coronavirus ha resultado un ensayo exitoso de los cristófobos: ha sido la propia jerarquía la que ha prohibido la Eucaristía

El susodicho no dejó de dirigir ni los oficios de Semana Santa ni la mismísima Vigilia de Resurrección, que es la gran fiesta del Cristianismo y que se celebró un 11-12 de abril mientras por el cielo madrileño, convertido en Estado policial, volaban helicópteros… perseguidores de esos malvados delincuentes que se atrevían a ir a una vigilia de madrugada a adorar a Dios (como diría Donald Trump, la adoración es servicio esencial).

Porque el gobierno Sánchez, a través de ese “pequeño detalle”, como asegura ‘Marisú’ Montero, portavoz del Ejecutivo, de prohibir la libertad de circulación, prohibió otros derechos fundamentales como la libertad de reunión o la libertad de culto. Son unos cachondos, estos chicos.

Pero peor, mucho peor aún, es que los propios obispos, por razones de salud y seguridad (la mejor excusa para los excesos de cualquier tirano del siglo XXI) suspendieran, ellos mismos, las eucaristías públicas. Así fue como algún párroco, valiente y cachondo, planteó lo siguiente: Sí, mis eucaristías son privadas, pero si alguien entra por la puerta no voy a ser tan maleducado como para decirle que se vaya.

Juan Pablo II quería visitar el Alcázar de Toledo porque allí se había vivido la fe con heroismo. Y ahora tocará hacerlo de nuevo

Son los párrocos heroicos de las misas clandestinas del Coronavirus. Y me han recordado una profecía terrible, citada por varios profetas actuales -sí, hoy también hay profetas- que el siguiente paso del Nuevo orden mundial (NOM) consistirá en prohibir la Eucaristía. Ojo, que será la propia jerarquía la que empiece a prohibirla… tal y como se ha prohibido en buena parte de Europa… por razones de salud y seguridad.

¿Y la siguiente y última fase? Pues será la de sustituir la Eucaristía por la adoración de la Bestia. Sí, eso signficia lo que usted está pensando.

El coronavirus ha resultado un ensayo exitoso de los cristófobos… porque ha sido la propia jerarquía quien ha prohibido la Eucaristía.

El historiador Javier Paredes cuenta, en esta misma edición de Hispanidad una preciosa anécdota, para mí desconocida hasta aquí, sobre San Juan Pablo II durante su primera visita a España en 1982. El Papa Wojtyla les dijo a los obispos españoles que quería visitar ¡el Alcázar de Toledo! Gran conmoción ante una petición tan políticamente incorrecta días después del gran triunfo de los socialistas. Cedió ante la oposición de la tibieza reinante pero, cuenta el historiador Paredes, que alguien le preguntó el porqué. Pues eso: el santo Wojtyla no le importaba la batalla política librada en el Alcázar. Lo que le importaba era visitar un lugar donde la fe cristiana se había vivido con heroísmo. Y, el catedrático Paredes sospecha -es un tipo muy desconfiado- que de nuevo estamos ante una era en la que al católico se le exigirá… heroísmo.

O defendemos ahora la libertad de culto, de forma heroica si fuera necesario, o el poder dará un paso más en su cristofobia

Así que, o defendemos ahora la Eucaristía, de forma heroica si fuera necesario, o el poder dará un paso más en su cristofobia.