Sr. Director:

Resulta que frenar la iniciativa social ha sido siempre una querencia de los totalitarismos, tanto de izquierdas como de derechas. Siempre han soñado con la creación de un hombre nuevo para una sociedad sin Dios. Incluso han intentado tantas veces construirla realmente, como aquella Nova Huta -en el barrio comunista de Cracovia- y su fracaso ya es histórico. Ahora en China hacen lo mismo; Hitler quiso apropiarse de la mente de las juventudes y también fracasó.

El Gobierno provisional, abrazado ahora a comunistas reciclados y a secesionistas insolidarios, se presenta de nuevo como “progresista” y pretende hipnotizar a los ciudadanos con el “consenso” a modo de talismán engañoso. No lo desean en las formas, como acaba de demostrar Celaá, y tampoco en el fondo de esa contrarreforma que tiene una concepción cerrada de la persona sin sentido de trascendencia: lo importante para ellos es la ideología de género y el inglés. No hay modo de llegar a un Pacto de Estado sobre la Educación porque tratan de tener las manos libres para imponer ahora una ideología socialista-comunista, sin consenso con la comunidad educativa.

Asistimos así a otro intento de asfixiar el derecho de las familias, la libertad de enseñanza, para hacer de la concertada una escuela de segundo orden “para ricos”. Por lo visto el socialismo tiene miedo de que los padres católicos y la Iglesia les arrebaten la mente de los jóvenes, algo propio de los totalitarismos socializantes a lo largo y a lo ancho de la historia. En oposición a la educación cristiana que fomenta la libertad y la convivencia. Parece que ahora hay que recordar y exigir cosas elementales pero ignoradas por la Ministra de la mala educación.