Sr. Director:

Hay un término –infoxicación– que sumado a otro –falacia– da como resultado la manipulación de las mentes. Y lo que en estos últimos meses hemos estado viviendo es uno de los mejores ejemplos de cómo se puede guiar de manera torticera a una sociedad hacia un camino que no era el que quería y acabar obligándola a tirarse por un precipicio. Eso es precisamente lo que ha estado ocurriendo con el debate sobre la ley de la eutanasia.

La estrategia del Gobierno era muy clara: había que secuestrar el debate sobre esta cuestión porque si quizá antes del coronavirus, en el buenismo de la placentera sociedad de consumo, habrían logrado colar el mismo gol que se han tragado algunas democracias –pocas– como la holandesa, ahora, después de ver a médicos y enfermeras dejarse literalmente la vida por salvar hasta el último resquicio de la del prójimo, después de sufrir el dolor comunitario de la pandemia que arrasaba entre los más débiles e indefensos, los ancianos, y tratar de preservar su salud por encima de todo, no parecía demasiado sensato hablar de eutanasia. Así que el Gobierno ha decidido hacer de este un debate secuestrado.