Puede que el presidente sirio Bashar al Asad sea un homicida sin escrúpulos. Si nos atenemos a la información mediáticamente correcta, no ha habido sátrapa peor que él desde el amigo Mao.

Y a lo mejor es cierto. En los concursos de bestialidad nunca se sabe cuál será el último récord. Ahora bien, el régimen sirio permitía la libertad religiosa a los cristianos, lo cual, en un país de mayoría musulmana, es mucho.

Ahora conocemos que las fuerzas de la oposición, lideradas por el general Abdel Salam Harba, el bueno, para el Occidente cristiano, han asesinado a un cristiano por el lamentable delito de amar a Cristo.

Algo similar ocurría en la Libia de Gadafi, donde la libertad para los cristianos sencillamente ha desaparecido una vez que el Occidente cristiano derrocó al dictador. Y lo mismo puede suceder en Egipto donde el fundamentalismo islámico -es decir, tiránico- amenaza con dejar corto a Mubarak. Y el problema es que sin libertad de culto no hay democracia y el otro problema es que cuando hablamos de libertad religiosa hablamos de libertad de los cristianos. Nadie persigue, por decir, algo, a los musulmanes, o a los budistas.  

Al parecer, el peor enemigo del cristianismo es el Occidente cristiano. Y cuidado porque la civilización nunca caerá por un ataque externo, pero sí puede caer mediante guerra civil.

Eulogio López

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