Sr. Director: La crisis institucional que padecemos tiene mucho que ver con la calidad personal de los políticos que dirigen la democracia en este momento. Los españoles hemos votado por ellos y, por lo tanto, tenemos los políticos que merecemos. Cabe recordar que no es un fenómeno específicamente español. El envilecimiento de las élites y de las masas se está dando en todas las democracias. El sistema político liberal está en crisis, una crisis de valores que la mejor manera de resolverse será por medio de la educación. Hay que volver a empezar por la educación; no solo la de los niños, sino, también y espacialmente, la de los maestros. Solo una generación de buenos maestros será capaz de desencadenar el ciclo virtuoso de educar a personas libres y responsables, preparadas para ser buenos padres y madres, buenos ciudadanos y buenos políticos. La familia sola no podrá hacerlo. No en su estado actual: desorientada por la desaparición de valores, deconstruida por las nuevas ideologías, discutida en su autoridad por los políticos y los "pedagogos". Si la familia ha dejado de ser el refugio que solía ser frente al poder, la escuela tendrá que ser el hospital de campaña donde regenerar el tejido de los valores de una sociedad ordenada y libre. Por eso, es tan importante el debate sobre la inmersión ideológica de los colegios, por ejemplo en las leyes de diversidad sexual como la aprobada en la Comunidad de Madrid. Un debate que no apareció -ni se lo esperaba- en las sesiones de estos últimos días en el Parlamento. Si la sociedad civil no quiere acabar absorbida por un poder político degradado, cuya naturaleza le llevará a exigir cada vez más adhesión de las personas, la única respuesta es la educación, empezando por la vocación de los maestros, la calidad de su formación y la justa retribución de su trabajo. Jesús Martínez