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Es de justicia y hay que decirlo, y escribirlo para que las palabras no se las lleve el viento. La generación de los mayores, está en el código natural de las cosas, muere antes que los demás pero que lo hagan olvidados porque la pandemia hace que todos los muertos sean iguales, es injusto, porque lo que es distinto hay que tratarlo de forma diferente.
No entraré en la desfachatez de este Gobierno ideológico que justifica el luto nacional porque el mejor luto que se puede hacer es apoyar al Gobierno como dijo la ministra Montero o que TVE, la televisión de todos, se niegue a poner un crespón negro en la pantalla pero si el morado del 8M.
Hoy hablaré de la generación que hizo de España lo que es hoy, próspera y democrática. Sí, aquella generación que vivió la niñez durante nuestra guerra cainita, posiblemente sin comprenderla, perdiendo padres, abuelos o hermanos. Que crecieron en una posguerra rodeados de hambre, frío y otras muchas necesidades como el afecto, la confianza o la certeza del futuro. Jóvenes que estudiaron en condiciones duras o trabajaron con el esfuerzo del día a día porque había una España que reconstruir y en ello les iba la vida, la suya y la de los demás, empezando posiblemente por su propia familia (hijos, padres inválidos o hermanos más pequeños).
Los políticos no son el baluarte ni los que dan valor añadido a nuestras vidas
La familia eran aquello que se convertía en los cimientos de una sociedad que todavía estaba tambaleante, incapaz de crecer más por la presión y el bloqueo de Europa y Estados Unidos, desagradecidos ellos, que gracias al esfuerzo de muchos españoles, la península no se llegó a convertir en el país satélite soviético del sur, que es lo que le hubiese faltado al continente. Las familias eran hacedoras de compromisos formales y serios, con sus defectos y virtudes, entre las cuales estaban que, a pesar de las necesidades reales, no supuestas como hoy, los hijos llegaban en una media de 5-6 por familia y repoblaron a la España vaciada a golpe de muertos en guerra. La madre trabajaba en casa y administraba los bienes que el marido traía a casa. Todo estaba equilibrado y los papeles repartidos, lo que dejaba poco campo para interferencias. Hombres y mujeres que lo dieron todo de su juventud a la vejez, ¿o nos hemos olvidado de los que han sobrevivido gracias a la pensión del abuelo en la anterior crisis propiciada por Zapatero?
Educaron a sus hijos en virtudes -virtudes por favor, no valores- como la reciedumbre, el servicio, la generosidad, la laboriosidad, el respeto a los mayores empezando por los padres, los profesores y al país que les vio nacer, España, eso que se viene llamando patria. Esos hijos somos nosotros, los de la generación de los 50 a 60 años, los que quizá no hemos sabido transmitir a nuestros hijos, los nietos de esa maravillosa generación, la misma actitud ante las dificultades. Luchadores y expertos en supervivencia. Posiblemente nacimos demasiado acomodados, sin hambre, sin frío, con un armario de ropa variada. El deseo ardiente de nuestros padres era que no viviéramos lo mismo que ellos sufrieron. Que no nos faltara un plato en la mesa, tiempos de paz. convivencia cordial y un colegio en el que estudiar…
La generación de nuestros padres, los abuelos de muchos, aquellos que tienen 80 y más años, construyeron la España e hicieron un esfiuerzo de olvido y perdono para llegar a la libertad. Asumieron una Constitución que nos condujo a la democracia y desde allí, inyectaron la ilusión para que el mundo entero se asombrara de la conversión de que un país en cenizas llegara a ser una de las economías más relevantes del panorama internacional. Son los que han peleado por nuestra historia, por nuestro futuro porque el suyo ya era presente. Una generación que necesita un nombre en las calles, las plazas y monumentos.
La generación de nuestros padres, los abuelos de muchos, aquellos que tienen 80 y más años, construyeron la España e hicieron un esfiuerzo de olvido y perdono para llegar a la libertad
No es justo, no. No puede ser que nadie se acuerde de ellos hoy, y que por su edad sean víctimas propicias de la pandemia, muriendo solos, sin estar rodeados de los hijos que trajeran hace años al mundo. Sin los nietos que eran la prolongación de sus propias vidas. Mueren solos, se les embala en un ataúd sin el adiós que se merecen, sin una lágrima que puedan llevarse con ellos a la Eternidad. No es justo. Me duele que nadie haga nada, nadie diga nada, de esta generación a la que debemos todo. Y sin embargo, sí llegan a nuestros oídos frases como esta: Hay orden de que los ancianos con deterioro cognitivo y coronavirus no vayan a los hospitales de Ignacio Fernández-Cid, presidente de la Federación Empresarial de la Dependencia. Los políticos no son el baluarte ni los que dan valor añadido a nuestras vidas. Son ellos, nuestros ancianos padres los que les dejaron un legado de riqueza y paz social que muchos han despilfarrado como si fuese algo que estaba allí desde siempre, o como si una fuente inagotable nos abasteciera de paz y riqueza.
Perdónenme si alguien se siente aludido, pero no creo que en décadas se repita una generación como esta, llamémosla “Generación de la Guerra”. La nuestra no lo es, a juzgar por los resultados actuales. Y desde luego tampoco la generación de nuestros hijos, ni la de los hijos de nuestros hijos, contaminados del hedonismo individualista que nuestros padres no tuvieron tiempo de saber que eso existía.
Retazos del pasado (ANG) de Ana Larraz. Un recopilatorio de historias de hombres que se toparon con la historia, quizá la que nunca quisieron vivir, nuestra Guerra Civil. Cada uno va por un lado pero todos con un denominador común: se construyeron así mismos para sobrevivir y salir adelante construyendo la España que terminó siendo una gran nación.
Un día, una historia (Sekotia) de Jaime Retana. Este pequeño almanaque en forma de libro nos trae página a página un recuerdo de lo que es España y en la que tienen mucho que ver esos hombres y mujeres que han luchado denodadamente por que España fuese lo que es. Se trata de un libro de efemérides, algunos recuerdos por día del año de carácter histórico, deportivo, artístico, empresarial, científico... Todas las vertientes posibles que hacen de un país una fuerza relevante en el mundo. Una obra peagógica y que enorgullece al lector al saber que forma parte de un país inigualable.
La crisis social de nuestro tiempo (El buey mudo) de Wilhelm Röpke. Aunque el autor es de procedencia alemana, tienen una serie de paralelismos con la generación de nuestra guerra entre otras cosas porque vivió la Primera y la Segunda Guerra mundial y conoció la reconstrucción de su país. Profundo conocedor de la naturaleza humana, este libro es fruto de su compromiso con la sociedad, que le llevó a realizar una penetrante reflexión sobre los males -sus causas, sus manifestaciones y sus consecuencias- en los que incurre el hombre contemporáneo; unos males que aún hoy padecemos, y que hacen de esta obra un escrito absolutamente actual.