El dicharacho asegura que Argentina es tan hermosa que, para compensarlo, el Padre Eterno la llenó de argentinos.

No estoy de acuerdo: menos mal que tenemos argentinos, que luchan, por ejemplo, contra la tontuna del gaymonio, porque la argumentación contra la brown revolution que se está dando en Argentina no se dio en España cuando Zapatero, en 2005, reformó el Código Civil e introdujo el divorcio express y el homomonio.

El envío corresponde a Juan Claudio Sanahuja, que pone sobre la mesa muchas de las incongruencias del asunto. Insisto en que un homosexual no es un enfermo sino un degenerado. Otra cosa es que la degeneración moral produzca depresión y que la inmoralidad acabe en patología. Es un proceso habitual: no se comportan mal porque estén locos es que se vuelven locos por comportarse mal.

Interesante el homosexual que dice que no pretende el matrimonio no para nada y más interesante los casos de homosexuales hastiados de desamor. El mundo gay es poco gay, por eso el lobby gay se ve obligado a exhibir una mueca constante de sonrisa forzada.

Respecto a la adopción de niños por homosexuales, el asunto sigue siendo el mismo y se rige por dos mandamientos: tener hijos no es un derecho, en tal caso, un deber. Dos: en la adopción no se buscan niños para los padres ni padres para los niños. El padre no puede buscar el prohijamiento, pero siempre bajo el principio de que no se trata de satisfacer un anhelo del adoptante sino una necesidad del adoptado.  

Y todo ello nos lleva al origen, al principio primero: lo malo no es gaymonio, sino la homosexualidad en sí. ¿Homofobia? No, porque por ello se entiende odio al homosexual y no siento ningún odio por el homo. Pero tampoco podemos quedarnos en la tibieza de que matrimonio homosexual no, pero parejas de hecho, sí. Si son parejas de hecho no son de derecho y no hace falta regularlo. Al regular las parejas homosexuales, estamos poniendo el carácter moral y moralizante de la ley positiva al servicio de una aberración. El Estado tiene que andar con cuidado a la hora de meterse en la vida privada del ciudadano, pero tampoco debe dar cobertura legal a lo que no lo necesita y, además, atenta contra el bien común.

Y aún hay otro asunto, allá al fondo: la homosexualidad no es más que la plasmación del odio a la vida, es la antítesis de la procreación, del mantenimiento de la humanidad. Y el odio a la vida, la falta de vitalidad, es, simplemente, la abolición física del hombre, de la misma forma que el modernismo, y su variante intelectual, el relativismo, no supone más que la abolición del pensamiento. La alabada opción sexual homo nos lleva a la abolición de la humanidad la misma forma que el relativismo nos lleva a la abolición del hombre.

Por lo demás, en el siglo XXI todo está en orden.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com