Si los jueces, o cualquier otro profesional, no tiene objeción de conciencia tampoco tiene conciencia ni libertad.

Porque una conciencia que cede ante la necesidad de cobrar el salario a fin de mes es una conciencia débil, a la que le ocurre lo mismo que al pensamiento débil: que no es pensamiento. La conciencia débil no es conciencia.

Pero no sólo eso: si los jueces no tienen derecho a la objeción de conciencia tampoco son libres ni independientes. La libertad consiste en esto: la búsqueda de la verdad según la propia conciencia, aun cuando ésta sea errónea.

Y más si suprimimos la objeción de conciencia de los jueces, en nombre del Estado de Derecho y del imperio de la ley, ¿para qué necesitamos jueces? Mejor una máquina que aplique la letra de la ley, Bill Gates se mostrará dispuesto a suprimir tribunales y jurados por una aplicación rigurosa, demostrando así la deriva del modernismo, donde el rigor se ha convertido en lo más opuesto a la verdad. La máquina no se equivoca pero tampoco puede ser justa. El hombre yerra, miente y malicia, pero puede ser justo. La máquina, jamás.

Así que no sólo animo a todos los lectores de Hispanidad a rascarse las meninges y el bolsillo para ayudar al juez Fernando Ferrín Calamita: las meninges para solventar su humillación y para que sepa que no está solo y el bolsillo para solventar su penuria económica: www.juezcalamita.com (BBVA: 0182-7589-91-0201517203).  

No dejar solo a Francisco Ferrín Calamita en su defensa de la justicia de los más débiles, de los niños, pero tampoco a Laura Alabau la juez de Denia que se niega a casar homosexuales, quien también ha sido castigada por los progres, siempre proclives a las presiones de los gays. Y recuerden lo que es un gay: un señor que tiene la fuerza de un hombre y la mala uva de una mujer.

Objetemos la objeción y nos cargaremos el derecho y, lo que es más importante, la libertad.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com