En verano se viaja más, y se descubre cómo vive la España real, que por lo general no habita ni en Madrid ni en Barcelona, salvo en el extrarradio de las ciudades. Por ejemplo, podemos reparar en la localidad gaditana de Ubrique, bella villa, dedicada al cultivo, más bien venta, de marroquinería. Vamos, que los ubriquenses o serraniegos no tienen aspecto de pasar hambre ni apuros a fin de mes. Es más, el paseo por el casco antiguo o el ensanche de la población gaditana se hace difícil, porque en sus calles se cumple escrupulosamente el principio de un hombre, una moto, a ser posible con el tubo de escape abierto, lo que dificulta grandemente la conversación, lo que a su vez motiva que los lugareños se encierren en los abundantes bares de la zona para poder conversar.

Quiero decirles que Ubrique no es sólo el pueblo del que ha mamado a Jesulín, que de por sí favorecería la riada turística, sino que es algo más: posee un precioso monasterio capuchino, ermitas e iglesias dignas de verse en cualquier gran ciudad. Complejos fuera.

Lo único que no hay en Ubrique, 20.000 almas, oiga usted, es misas. Por aquello de que estamos en el año eucarístico, no sé si me entienden. Y vaya si hay párrocos, y lo creo, lo que ocurre es que en la Iglesia parroquial (hay al menos otras dos iglesias, entre ellas una preciosa ermita, que se abre para los turistas) sólo hay misa los jueves y los domingos. Esto de reducir las misas a una en días laborables no es originalidad serrana, todos los pueblos de la Sierra de Grazalema, así como buena parte de la España rural, practica esta reducción de celebraciones. ¿Por qué una? Pues muy sencillo : porque la gente se muere y ha que hacer funerales.

Si tampoco es tan difícil saber dónde le aprieta el zapato a la Iglesia: los templos se han convertido en museos y la liturgia en exequias. Los sacerdotes veranean en Benidorm -cuánto mal gusto- y hasta las catedrales se desamortizan motu proprio, para cambiar a fieles por turistas, por lo que los sacerdotes, es lógico, ya no administran sacramentos, sino que se dedican la administración del inmueble.

Por lo general, toda crisis religiosa viene cuando el sacerdote se convierte en empresario. En muchas órdenes religiosas ya no cuentan con confesores, pero sus miembros se han convertido en eficaces gestores de colegios (ya ni imparten clases, que esa es tarea de laicos, pero la administración económica la llevan de cine), en otras los colegios mayores han sido realquilados a ex curas casados con ex monjas, e incluso recuerdo congregaciones que no rezan ni las tres avemarías, pero que se han convertido en prósperas editoriales y en activas ONG.

Es decir, que a costa de suprimir la misa y de reducir al mínimo el resto de sacramentos estamos haciendo realidad aquella anécdota que contaba el actual Benedicto XVI sobe aquel obispado iberoamericano. El jefe de la aldea acudió a ver al obispo para agradecerle lo mucho que había hecho el cura párroco por la aldea: traída de agua potable y luz, mejora del asfaltado, comercialización de la cosecha, etc. Una vez concluido todo esto, el pueblo en pleno había decidido hacerse protestante, porque también querían tener una religión.

Y es que el Cristianismo, no sé si saben, está en crisis, pero el diagnóstico está claro. La terapia también: se trata de poner a los curas a trabajar de curas y recuperar la vieja tradición de utilizar los templos para rezar.

Eulogio López