No, no hay exageración posible cuando se habla de aborto: la realidad supera la literatura empleada. Y sí es lo primero que pensaría un niño si pudiera expresarse: es mi madre la que más mata.

Ahora que la pensadora Bibiana Aído nos castiga con una nueva campaña adolescente sobre la persecución de las jóvenes por los novios que las vigilan a través de SMS (aquí el único que vigila es su compañero de Gobierno, Rasputín Rubalcaba -a través del SITEL- habrá que volver a repetir que la mayor violencia de género actual la ejerce la mujer que mata a su hijo en sus propias entrañas. Es el Vía Crucis del niño.

Por cierto, en mentideros periodísticos madrileños se habla, y no poco, de las ministras que han abortado. Sólo la ex Matilde Fernández se pasó de la raya reconociendo que sí había abortado y que luego se fue de compras para superar la depresión. Lo digo porque si se confirma que hay más Fernández en el Ejecutivo de ZP, esto daría razón de la obsesión abortera de muchas. Ya se sabe que síndrome postaborto sólo tiene dos salidas -como todo en la vida-: el arrepentimiento o el empecinamiento. Con el primero se rehace la propia vida; con el segundo se intenta que mi aberración sea la aberración de todos.

Eulogio López

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