Si morir no es despertar,
si es simplemente morir,
¿para qué, muerte, vivir?
¿para qué, muerte, empezar
esta angustia, este llorar?
Mas, si eres umbral y puerta
del misterio, si onda y cierta
aseguras mi esperanza
¡Qué cima de luz se alcanza
viviendo una vida muerta!
(Liturgia de las Horas)

Martín Descalzo prefería esta fórmula:

Morir sólo es morir, morir se acaba
morir es una hoguera fugitiva,
es cruzar una puerta a la deriva
Y encontrar lo que tanto se buscaba

Aunque yo me quedo con Chesterton: Nadie se ha reído en vida como yo me he reído en la muerte. O si lo prefieren de esta forma: La vida es un chiste de Dios, la gracia está al final.

Recientemente una periodista preguntaba al centrocampista del Real Madrid Guti qué es lo que más temía. La respuesta de la estrella fue sincera: Supongo que lo que todo el mundo, la muerte. En efecto, la muerte es el miedo de los miedos, que tiene multitud de derivadas. Una derivada actual es el ecopánico. Es decir, el miedo a que se muera el planeta que nos cobija y con él la diñemos todos.

Así, la ministra Narbona amenaza con subir el precio del agua para que no derrochemos. Todos estamos dispuestos a callar y pagar. Un informe británico estas cosas sólo se les ocurren a los ingleses- pronostica que el calentamiento global provocará 200 millones de refugiados. El mundo moderno es muy divertido. No hay que leer el Apocalipsis ni al profeta Daniel: son mucho más aterradores los informes científicos o las ruedas de prensa de la ministra Narbona. De ellos puede decirse aquello de perder toda esperanza. Su filosofía puede resumirse así: el cambio climático no tiene solución, pero, aunque no la tenga, tenéis que fastidiaros todos desde ahora mismo. Pero insisto, todo esto no son más que derivadas del primigenio miedo a la muerte. Y es que a la sociedad actual no le falta fe, lo que le falta es esperanza. La desesperanza produce un doble efecto, que en esencia es uno sol o bien el afectado intenta eludir la muerte con escaso éxito o bien se arroja en sus crueles brazos abrumado por el sinsentido. Y ambos efectos tienen un mismo origen: la ingratitud por la vida recibida.