Estaba yo en confesión, actividad que perpetro de vez en vez cuando, en el momento en que el cura me sorprendió: “No se puede amar al otro directamente. Es imposible. Lo único que podemos es amar a Dios y, a través de él, al otro”.

¡Jodó! Bien pensado, tampoco resulta tan revolucionario: sólo así se entiende el mandamiento que los engloba a todos: amarás a Dios sobre todas las cosas…

Y también se da respuesta a aquella maldad que asegura que el único remedio contra el rencor es la amnesia.

Por eso hablamos del primer y único mandamiento: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a un mismo. En ese orden, claro

Vamos, que no se puede amar al prójimo odiado. Es una tarea demasiada ambiciosa para nuestra naturaleza caída: tenemos que amar al otro a través de Dios.

Y la afirmación del mosén también supone que eso de suprimir a Cristo para convertir la parte primera del precitado primer mandamiento en una filantropía, no funciona. Es decir, que resulta imposible amar al prójimo sin antes amar a Dios.

¡Acabáramos!