El futuro de la energía se llamas gas
Crecen las opciones del gas como un factor clave de la transición energética, lo cual tiene una lógica si se pretende desterrar el carbón, la fuente de energía más barata pero también la más contaminante, y la demanda del petróleo, que también contamina, se irá reduciendo progresivamente. Es un horizonte a años vista, no para pasado mañana.
Tal vez, esté ahí la explicación más razonable de una de las ideas que se le ha escapado a Josu Jon Imaz, este miércoles, cuando presentaba la líneas de plan estratégico a dos años, renovación del anterior, a cuatro (2016-2020). “El gas natural tendrá un papel relevante en la transición energética”, ha dicho en concreto.
Imaz sabe que el futuro de la nuclear está comprometido, aunque de momento no hay alternativas
Lo dice el consejero delegado de una petrolera, consciente de una transformación que le afecta directamente -de ahí las alternativas que empieza a barajar- sin que eso fuerce a la desesperación a su compañía.
Imaz ha puesto un ejemplo, incluso, al respecto. El carbón es una de las fuentes más utilizadas en el sureste asiático, cuando es, paradójicamente, uno de los fantasmas de la contaminación en Occidente, singularmente preocupado por el cambio climático.
El avance de las renovables depende de su eficiencia, con el apoyo de las nuevas tecnologías
Sobra decir que nadie duda de la desaparición del carbón casi por completo a medio o largo plazo, pero no ocurrirá lo mismo con el petróleo o con las centrales nucleares, otro ejemplo.
En países como España, es obligado mantener esa energía en el mix (reparto) por puro realismo: representan más del 20% del sistema y afectan singularmente a los precios (es la fuente más barata) y a los compromisos medioambientales (es una energía limpia).
Con todo, el papel del gas es decisivo también, por mucho que aumenten las energías renovables, algo que apuntaba ya en su informe la comisión de expertos para la transición energética.
Las renovables, marcadas por la necesidad de eficiencia -con el apoyo tecnológico-, no bastan para suplir otras fuentes. Dependen del viento, en el caso de la eólica -no sopla siempre con la misma fuerza- o del sol, en el de la fotovoltaica -por la noche no brilla-. Y sumen a esa realidad que la energía hidroeléctrica, que depende del agua y no siempre llueve al gusto de todos (2017 fue un año de sequía).
Pero la transición energética es un imponderable para reducir emisiones de gases sin comprometer el precio de la electricidad, lo que añadiría un riesgo adicional para la industria (por los costes) y un peaje de impopularidad para el consumidor.