Sr. Director:
No es, indudablemente, un tema original ni nuevo. Es algo sobre el que ya se ha hablado y escrito mucho, pero siempre será un tema recurrente tras la contemplación del panorama actual de la sociedad. Las continuas promulgaciones legislativas en favor de no se saben qué, ni de quien, dan la impresión de que nuestros legisladores creen encontrar oro donde solo hay plomo que los arrastra hasta el fondo de la miseria humana.
Cabe, pues, preguntarse: ¿Existe una ética universal? Existe el Derecho natural, acatado no en virtud de un precepto especial, sino por su misma bondad o justicia intrínsecas. Cierto que no se puede articular de forma expresa, pero sí servir de base e inspiración para la concreción del derecho positivo. No del todo completa y acertada, aunque sí constituyó un gran avance, fue La Declaración Universal de los Derecho Humanos, promulgada en París el 10 de diciembre de 1948, aceptada por numerosos países más tarde o más temprano; a ella se apela principalmente cuando se producen conflictos internacionales. Pero la vida social, la mera convivencia humana contenida en la Declaración Universal ha quedado bastante viciada por el derecho positivo de cada nación. No porque se haya perfeccionado, sino porque se han inventado una serie de supuestos derechos acomodaticios insertados forzadamente en las legislaciones particulares con una finalidad espuria, pues no tienen su raíz en la dignidad y el valor de la persona humana y podrían llevar, conforme al Considerando tercero del Preámbulo de la Declaración Universal, a que el hombre “se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”. Esto es lo que conlleva la prepotencia y el predominio de quien está, no al servicio de la sociedad y de las personas, sino de las ideologías.